lunes, 30 de julio de 2012

Howard Roark, de El manantial


El manantial, o The fountainhead, fue uno de los libros mejor vendidos y más famosos del siglo pasado. Se trató de un libro que llegó en el momento oportuno, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo y el fascismo y el totalismo eran monedas de uso común, como una practica irreplicable que daba a entender que el poder del Estado siempre tendría que estar muy por encima de la voluntad de algunos sectores del pueblo y mucho más sobre la voluntad de un individuo.
Las protestas a tan genocidas sistemas llegaron desde muchos frentes, pero en el que mejor se hizo la tarea fue en el de la literatura. Y una muestra de ello es Howard Roark, un personaje ficticio salido de la mente de la rusa americanizada Ayn Rand, la madre del individualismo moderno. Roark es el protagonista de El manantial, una monumental novela que fue publicada en 1943 ganando con rapidez un público muy numeroso en los Estados Unidos. Incluso los soldados americanos que combatían en Europa leían la novela en sus breves momentos de descanso, practica que la hizo aún más famosa.
Howard Roark es un joven huérfano. De sus padres no se dice nada en toda la novela. Abandona la carrera de arquitectura cuando cree que ya sus profesores no pueden enseñarle nada. A ellos les gusta lo clásico y Roark de partenones y catedrales góticas no quiere saber nada. Está conciente de que cada sociedad y cultura debe de tener su propia arquitectura, quiere innovar, construir edificios modernos. Pero nadie quiere contratarlo para que diseñe tales edificios.
Sin embargo su voluntad es muy grande. A pesar de no tener clientes y de convivir día a día con la escasez, jamás pide favores y se niega a hacerlos. “El que hace algo sin cobrar es un esclavo” dice y él no quiere ser jamás eso. Tampoco pide consejos, ni mucho menos los da. Roark es el individualismo personificado. Si ha de construir un edificio, tendrá que ser exclusivamente bajo sus criterios, sin que importe nada, ni la opinión de quien lo contrata.
Poco a poco, aun siendo un arquitecto tan radical, los clientes empiezan a llegar a Roark; son individualistas, como él, que lo entienden y no cuestionan su trabajo. Pero también aparecen sus enemigos. Un hombre como Roark, para los que desean un mundo colectivista, es un peligro y tienen que destruirlo para demostrar que el egoísmo y el individualismo son patrañas que deberían de ser delitos y que sólo la colectividad acarrea los logros.
Ellsworth Toohey es el más importante crítico de arquitectura de Nueva York y también es comunista. En cuando sabe de Roarck decide destruirlo sin contemplaciones. Tiene, además, en su oficio, el arma ideal para hacerlo. Gracias Toohey, Roarck es considerado por la sociedad como un mal arquitecto, además de peligroso. Y esa mala fama la atrae más tiempos de austeridad, sin embargo, Roark no claudica nunca. Construye el más pequeño edificio que le encarguen, pero siempre habrá de ser bajo sus muy individualistas criterios.
Esas pequeñas y al parecer insignificantes obras que construye a lo largo de los años, le acarrean poco a poco una gran fama. Sus edificios son originales y por modestos que sean atraen a la gente, la misma que busca al arquitecto para que le haga uno igual. Roark derrota a Toohey sin tener que combatir. El individualismo, el suyo, derrota al colectivismo amparado por toda la sociedad neoyorquina que Toohey le había echado encima.



Siempre he apreciado a este libro, y sobre todo a Roark, porque los seres humanos somos maquinas que funcionamos con satisfacciones. Algunas se obtienen en grupo, pero son mejores las que llegan solas. El egoísmo visto como apatía hacia el sufrimiento ajeno es algo malo, pero visto como el deseo de una persona de demostrarse a sí misma que es capaz de lograr lo que se proponga, aun en contra de las predicciones, es algo extraordinario. Ser egoísta no es precisamente ser una mala persona, ser egoísta es el simple deseo de alcanzar los sueños, los que cada quien tiene. No es necesario ir de la mano con alguien a alcanzarlos, mejor que ese alguien luche a solas por los suyos, se sentirá mejor si de esa manera los alcanza.

domingo, 29 de julio de 2012

Fernando Mondego, de El conde de Montecristo


Dentro de El conde de Montecristo son tres los personajes que desencadenan la desgracia de Edmundo Dantés y que, por consecuencia, provocan la extraordinaria historia que se descubre en las páginas de la novela. Sin embargo, estos tres no son cómplices, sólo dos, el tercero, Gérard de Villefort, trabaja por su cuenta y sin conocer el complot de los otros.
Los primeros en decidir la desgracia de Dantés son Danglars, en un principio marinero de condición modesta y después un barón y banquero muy rico, y Fernando Mondego, al que toca biografiar hoy. Fernando es un humilde pescador, pero de carácter muy violento. Es de ascendencia española, y otros personajes llegan atribuir su devastador temperamento precisamente a su origen español. Sea pues.
Fernando siente una pasión enfermiza por su prima, Mercedes, una joven que lo quiere, pero como lo que son, primos, y no le da nunca esperanzas de corresponderle. Por ello Fernando odia profundamente a Edmundo Dantés, el prometido de Mercedes, y junto con Danglars decide escribir una en la que acusan a Dantés de ser nada menos que un peligroso bonapartista que planea la reinstalación en el trono de Francia de Napoleón.
Dantés es apresado el día de su boda con Mercedes y enviado a la prisión del Castillo de If. Fernando se hace militar y su economía mejora. Se casa con Mercedes, quien cree que Edmundo ha muerto y ya no espera felicidad en la vida. Fernando, tiempo después, entra el servicio del virrey griego Alí Pashá, un subordinado del imperio turco. Fernando lo traiciona y logra acumular una gran fortuna al grado de poder entrar a los salones de París como el prestigiado conde de Morcef. Tiene un hijo con Mercedes, Alberto, y vive cómoda y pacíficamente hasta que llega a París el todopoderoso conde de Montecristo.
Se ve obligado a estrecharle la mano al extraño extranjero porque le ha salvado la vida a su hijo de manos de un peligroso bandido en Roma, Luigi Vampa. Sin embargo, por un sentimiento que Fernando no puede explicarse, siente un profundo odio hacia Montecristo desde el primer momento en que lo ve.
Poco después su vida empieza a cambiar para mal. Se descubre su traición a Alí Pashá y su reputación se arruina. Cuando su hijo se entera de que Montecristo algo tuvo que ver, lo reta a duelo y Fernando espera que Alberto le salve el honor, pero una revelación de Mercedes, quien le dice a su hijo toda la verdad, hace que Alberto suspenda el duelo y le pida disculpas al conde.
Sintiéndose traicionado por su propio hijo, Fernando va en busca de Montecristo y ambos deciden batirse en un duelo precipitadamente y sin padrinos. Pero antes Montecristo le revela quién es en realidad, le dice que es Edmundo Dantés. Fernando, trastornado por la impresión, ya no presta atención al pactado duelo, huye a su casa y toma una fatal decisión.



Fernando Mondego es uno de los personajes de El conde de Montecristo que más se hacen odiar. Su enfermizo odio hacia Edmundo Dantés por el simple hecho de que ha conquistado noblemente a la mujer que él ama lo hace actuar de forma irracional, cruel y cobarde.
Algunos lectores de la novela me han dicho que esperaban que sí se realizara el duelo y que Dantés lo matara. Lamentablemente Alejandro Dumas tuvo otros planes. Pero los cineastas, en este caso, sí han obedecido el deseo de los lectores. En el último bodrio basado en la novela, protagonizado por el mundialmente famoso James Caviezel, el duelo se realiza. Lamentablemente eso no salva ni siquiera un poco a tan pésima película.

jueves, 26 de julio de 2012

Mercedes Herrera, de El conde de Montecristo


Dentro de El conde de Montecristo, la obra maestra de Alejandro Dumas, el personaje que más tristeza transmite no es Edmundo Dantés, muy a pesar de sus trece años en prisión, sino Mercedes, su prometida de la juventud, la mujer a la que amó toda su vida. 
Mercedes es de ascendencia española y vive en su juventud en una comunidad de Marsella conocida como Los Catalanes. Está comprometida con Edmundo Dantés, un joven y valiente marinero de muy noble corazón. Aprecia a su primo Fernando Mondego, y por ello soporta sus constantes declaraciones de amor.
El día de su boda con Edmundo, éste es arrestado por los hombres del procurador de rey, acusado de ser bonapartista en tiempos en que Napoleón no gobernaba. Ignora que ese arresto fue deliberadamente provocado por su primo, para tener el camino libre con ella.
Al poco tiempo se entera de que Edmundo murió y sumida en la depresión acepta casarse con Fernando, un hombre al que cree bueno. Tiene un hijo con él, Alberto, y cuando su fortuna cambia se mudan a París. Fernando se ha convertido en un prestigiado militar y sirviendo a Alí Pashá, un virrey griego a las órdenes del sultán de Turquía, consigue hacerse rico y en Francia obtiene el titulo de conde de Morcef.
Cuando Alberto ya es un joven de veinte años, es secuestrado en Roma y salvado por un misterioso personaje, el conde de Montecristo. Alberto lo invita a París y les cuenta a sus padres lo que hizo por él. Cuando Montecristo llega a Paría, a pesar de que hace veintitrés años que no lo ve, Mercedes se da cuenta inmediatamente que es Edmundo Dantés. Nadie más lo ha reconocido nunca, ni siquiera diez años atrás, cuando escapó de prisión, pero para Mercedes no hay duda, ese acaudalado conde no es otro que Edmundo, su novio al que creía muerto.
Mercedes también nota hostilidad en el comportamiento de Montecristo y sabe que piensa vengarse. Ignora que fue su esposo quien lo envió a prisión, pero tiene la seguridad de que Edmundo algo trama, y teme por la vida de su hijo. 
Cuando Fernando es desenmascarado y queda ante toda la sociedad parisina como un traidor, Alberto, gracias a Danglars, se entera de que Montecristo algo tuvo que ver con la desgracia de su padre y lo reta a  un duelo. Quienes conocen al conde saben que Alberto está perdido. Montecristo es invencible con la espada y su puntería con la pistola es inigualable.
Mercedes acude la noche previa al duelo a casa del conde y le revela que sabe quién es. También le pide por la vida de su hijo. Cuando se queda solo, Montecristo se reprocha el no haber podido dejar de amarla. Mercedes entonces cuenta toda la historia a su hijo, y Alberto en un acto de nobleza y de sensatez suspende el duelo.
Cuando queda viuda, Mercedes le dice a su hijo que no tiene que llevar el apellido deshonrado de su padre. Entonces le propone usar el suyo y nos enteramos de que se apellida Herrera.
Vuelve a ver a Montecristo e incluso él la ayuda económicamente. Pero de su amor, a pesar de que aún se aman, ninguno habla. Quedan como dos buenos amigos. Aunque en la última película basada en la novela, adaptada al público contemporáneo, no sólo reanudan su relación sino que se revela que Alberto no es hijo de Fernando pero sí de Montecristo. Qué manía tienen en el cine de descomponer a los clásicos.




El personaje de Mercedes, como ya mencioné, transmite una enorme tristeza. Perdió a su prometido siendo muy joven y resignada se casó con su primo, al que no amaba. Su resignación llegó a tanto que incluso tuvo un hijo con él, mientras sufría por su amado Edmundo, por el que creía había sido su trágico destino.
Cualquiera pensaría que hubiera sido lógico que veintitrés años después, cuando ella ya es viuda y él sigue siendo soltero, pudieran volver a estar juntos. Pero en una época tan conservadora eso no era un buen final para una novela, y Alejandro Dumas lo sabía. Prefirió brindarnos a dos personajes llenos de nostalgia por su amor perdido, por aquello que tristemente no pudo ser. Y fue, a pesar de todo, un excelente final, propio para una obra maestra.

miércoles, 25 de julio de 2012

Luigi Vampa, de El conde de Montecristo


Para muchos Luigi Vampa dentro de El conde de Montecristo no amerita ser considerado como uno de los personajes principales debido a que aparece poco a lo largo de la muy extensa novela. Para mí esa ausencia la compensa al ser un personaje muy interesante, que deja más que un buen sabor de boca con lo poco que conocemos de él.
Vampa es italiano, de muy pobre origen, pero eso no lo amedrentó nunca. En su niñez, al no tener acceso a una escuela, le pidió a un cura que le enseñara a leer. Mostró una inteligencia muy precoz, al igual que una gran ambición.
Desde niño se hizo pastor, y se enamoró perdidamente de Teresa, una niña que también lo era. Ella, tan ambiciosa como él, le correspondió. Juntos soñaron con la grandeza mientras sus rebaños les enseñaban su realidad. Un día que un peligroso bandido, Cucumetto, les pidió auxilio al ser perseguido por las autoridades, Vampa no lo entregó, al contrario, le indicó un escondite seguro.
Cucumetto en lugar de sentirse agradecido con Vampa se enamoró de Teresa y se dedicó a espiarlos para encontrar la oportunidad de raptarla. Para entonces Vampa ya era un joven de diecisiete años y no poco peligroso. Los azares de la vida lo cruzaron en el camino del conde de Montecristo, escondido bajo el nombre de Simbad el Marino. El conde le pidió que le indicara un camino y cuando Vampa accedió Cucumetto aprovechó la distracción para raptar a Teresa. Ignoraba el bandido que Vampa era tan peligroso como celoso y en cuanto se enteró del rapto le dio muerte.
Pero Vampa no se conformó con eso. Fue hasta donde estaba la banda que Cucumeto capitaneaba y se erigió como su líder. Cinco años después es un peligroso bandido que opera en Roma. Entonces en la ciudad se encuentran Alberto de Morcef, hijo de la novia de juventud de Edmundo Dantés, Franz d'Épinay, su amigo, y el misterioso y enormemente rico conde de Montecristo.
Durante el carnaval de Roma, una joven misteriosa coquetea con Alberto. Éste trata de seducirla y es secuestrado. Su amigo Franz recibe una carta en la que le reclaman el rescate, pero en lugar de pagar acude a Montecristo. El conde se entera entonces de que Franz sabe que él tiene una relación con el bandido Luigi Vampa. Lo lleva a las Catacumbas de San Sebastián, donde tienen a Alberto prisionero, y en ese lugar queda claro que Vampa le profesa una ciega lealtad a Montecristo.
Vampa se disculpa atribuyendo a un error de sus hombres el secuestro de Alberto y asegura que de haber sabido que su víctima tenía algún vínculo de amistad con el conde jamás lo habría tocado.
En esta parte de la novela termina el protagonismo de Vampa. Se le menciona más adelante y al final secuestra a Danglars, el marinero que cuando Montecristo era joven lo traicionó y lo envió a prisión por envidia, pero sus apariciones son en realidad pocas.
Al terminar de leer la novela quedan algunas dudas respecto a Vampa, algo que le imprime más interés al personaje. Aunque el lector lo supone, jamás se aclara si Montecristo le ordenó secuestrar a Alberto de Morcef o se debió a un error como él lo dijo. Lo que sí queda claro son los vínculos estrechos entre ambos. Montecristo, según confiesa, llegó a sobornar al Papa para que no fuera ejecutado uno de los hombres de Vampa. Vampa, por su parte, siempre se dirige al conde con un enorme respeto y se muestra dispuesto a obedecerlo en todo. Según Montecristo, esta conducta de plena sumisión se debe a que alguna vez el bandido trató de secuestrarlo y fue él quien lo capturó, pero no lo entregó a las autoridades a cambio de que en adelante él y sus amigos estuvieran a salvo de los crímenes de Vampa.
Esa historia quizás no es cierta, porque Montecristo la cuenta a Alberto y a sus amigos, a quienes engaña constantemente para llevar a cabo sus planes. El verdadero origen de la lealtad que le guarda el más peligroso criminal de Roma al conde de Montecristo es un misterio a lo largo del libro.



Vampa siempre ha sido uno de mis personajes favoritos de esta espectacular novela. Los misterios que lo rodean quizás han fomentado ese gusto. Es un delincuente que no precisamente lucha por la justicia, pero siempre antepone su honor por delante a pesar de ser lo que es.
Otro de sus aspectos interesantes es su amor por la cultura. Tiene un libro entre las manos incluso cuando está por enfrentar acontecimientos importantes. Lee rodeado de sus bandidos de noche y con poca luz, pero no por ser un hombre culto ellos dejan de temerle de forma descomunal. Su libro favorito, como él mismo confiesa después de liberar a Alberto, son Los comentarios de César.
En el adefesio de película del año 2002, protagonizada por James Caviezel, Vampa paga el precio de ser un personaje secundario. Su historia, como en general todo el libro, es completamente distorsionada y el actor que lo interpreta no hace en absoluto recordar al personaje del libro. Ojala algún día podamos ver en el cine al verdadero Vampa. Muchos lo agradeceríamos.

martes, 24 de julio de 2012

Edmundo Dantés, de El conde de Montecristo


Creo que muchos estarán de acuerdo conmigo en cuanto a que los dos mejores personajes que creó el escritor francés Alejandro Dumas son D'Artagnan y Edmundo Dantés. Hoy toca hablar del segundo y ya en otra ocasión pienso ocuparme del primero, porque vale la pena, como también sus tres compañeros de armas, nunca mejor dicho.
Edmundo Dantés tenía veinte años cuando Napoleón escapó de la Isla de Elba, por lo tanto debió nacer poco después del periodo del reino del terror en Francia. Se hace marinero muy joven, soñando con ser algún día capitán, bajo las órdenes del señor Morrel, un buen hombre que lo aprecia.
Dantés es muy inteligente; pese a su condición humilde y su escasa educación, Morrel confía en él para darle el mando de su barco, el Faraón,  cuando apenas tiene veinte años. Ese nombramiento termina siendo el inicio de la desgracia del noble joven, porque sus amigos y enemigos, llenos de envidia, deciden destruirlo.
Danglars es otro marinero que por ser mayor que Dantés cree que el puesto de capitán le corresponde a él. Se une a Fernando Mondego, primo y pretendiente de la novia de Dántes, Mercedes, una guapa marsellesa de ascendencia catalana. Danglars y Fernando, con la complicidad del acobardado Caderousse, escriben una carta anónima en la que acusan a Dantés de ser un bonapartista y de estar colaborando para que Napoleón vuelva al poder.
Dantés ingenuamente aceptó llevar una carta, que cree es inofensiva, de la Isla de Elba a Marsella, y ésa es la prueba con que sus acusadores pretenden probar sus calumnias. Arrestado el día de su boda, Dantés es llevado junto al procurador del rey, un joven ambicioso de nombre Villefort. Villefort inmediatamente se percata de que Dantés no puede ser culpable, es demasiado noble e ingenuo para ser agente de Napoleón, así que no cree tener problema alguno para dejarlo libre. Pero cuando descubre que la carta que Dantés llevaba consigo está dirigida a su padre, decide encerrarlo para que nunca ni por accidente lo mencione a alguien, hecho que arruinaría su prometedora carrera.  
Encerrado injustamente en la prisión del Castillo de If, Dantés vive un infierno pensando en lo injusto de su destino, mientras su novia y su anciano y enfermo padre están desamparados sin él. Piensa dejarse morir de hambre, pero su espíritu recobra fuerzas y decide soportar hasta que algo bueno para él ocurra.
Un día, cuando ya lleva años encerrado, de debajo del suelo sale un anciano que pretendía escaparse y calculó mal, de manera que en lugar de salir del castillo llegó hasta la celda de Dantés. El hombre es el abate Faria, una enciclopedia viviente. Sus conocimientos son bíblicos, además de que domina tanto las lenguas muertas como las vivas. No tiene inconveniente en transferir a Dantés todo su saber, porque el tiempo les sobra a ambos.
Dantés y Faria se dedican a trazar y ejecutar un nuevo plan de escape, mientras el anciano abate le enseña al desesperado joven todo lo que sabe. Trece años después de que Dantés llegó a If, se le presenta la oportunidad de escapar debido a la muerte de Faria. Éste, antes de morir, no conforme con todo el conocimiento que ya le había dado, decide hacerle otro regalo a Dantés: le revela la forma de llegar hasta donde se halla un tesoro, en la isla de Montecristo.
Dantés logra escapar,  haciéndose pasar por el abate muerto, y a los pocos meses encuentra el tesoro. Entonces desaparece como tal y aquéllos que lo conocieron en su temprana juventud, en Marsella, no reconocen al extraño y misterioso hombre que se presenta frente a ellos. Primero ayuda, de manera anónima, a los que algún bien le hicieron, después desaparece por diez largos años, mientras planea su venganza.
Alberto de Morcef, hijo de Mercedes, la novia de juventud de Dantés, y de Fernando Mondego, Conde de Morcef, conoce en Roma a un extraño hombre que se hace llamar conde de Montecristo. Al personaje le sobran el dinero y el misterio. Todo lo compra, todo lo puede y todo lo sabe.
Alberto queda encantado con él. El conde es un aristócrata de los que sólo figuran en las novelas, y después de que le salva la vida tras ser secuestrado por un peligroso bandido que extrañamente teme a Montecristo, Alberto no tiene inconveniente en invitarlo a París, donde sabe que causará sensación.
En París Montecristo se reencuentra con sus enemigos, que no lo reconocen. Danglars es barón y un banquero muy rico, Fernando conde y militar con cierto prestigio, y Villefort una de las personalidades más importantes de la ciudad. Pero los tres reconocen de inmediato la superioridad del conde, como todo París. Danglars y Villefort lo admiran por su grandeza, por su extraordinaria personalidad y su enorme fortuna.
Una vez que ha cautivado a todo París con sus extravagantes encantos y sus riquezas, Montecristo empieza a ejecutar sus planes lentamente. No tiene prisa en vengarse, si ya esperó veintitrés años sabe que puede esperar un poco más de tiempo.




Confieso que Edmundo Dantés es uno de mis personajes favoritos de la literatura universal. Cuando es joven e ingenuo probablemente no cautiva a ningún lector, pero cuando escapa de su cautiverio y se convierte en un poderoso hombre dedicado a su venganza se vuelve de lo más interesante. Releer su estancia en París, donde se dedica a seducir a sus enemigos para destruirlos lentamente, es uno de esos placeres que pocos libros saben darnos. Por eso El conde de Montecristo es uno de esos clásicos imprescindibles que nadie que ame la literatura debería ignorar.

lunes, 23 de julio de 2012

Jean Baptiste Grenouille, de El perfume


Con Jean Baptiste Grenouille estamos frente a uno de los psicópatas mejor logrados de la literatura de los últimos años, pero no por eso la novela que protagoniza tiene que ser brillante. El perfume,  novela mundialmente conocida por su originalidad y la prosa ágil de su autor, decepciona de la mitad para adelante, donde se pierde la maestría con que Patrick Süskind seduce en las primeras páginas.
Pero aquí no voy a criticar la novela, sino a su protagonista, un personaje extraordinario que merece ser estudiado. Genouille nace en 1737, en un París maloliente y de una madre a la que le huele más el alma que el cuerpo de lo podrida que la tiene. Tras fracasar en el intento de asesinar a su pequeño bastardo, es arrestada y ejecutada, dejándolo en la orfandad.
Grenouille es despreciado desde entonces porque come demasiado y es un niño raro, que no huele a nada y que provoca hostilidad a todo aquél que lo ve. Para su fortuna termina en la pensión para huérfanos de Madame Gaillard, una mujer que perdió el olfato y que gracias a eso lo desprecia igual que a sus otros huéspedes, por lo tanto no hace diferencia alguna al repartir la poca comida y la mucha carga de trabajo.
Pero Madame Gaillard no hace obras de caridad y cuando deja de llegar el dinero que cubre los gastos de su especial huérfano se deshace de él vendiéndolo a un curtidor de pieles. Para entonces Grenouille, que ya tiene ocho años, es un depredador en pleno desarrollo. Él no percibe el mundo como el resto de los humanos, con imágenes que entran por los ojos o los oídos, sino con las que entran por la nariz. De hecho ni siquiera puede hablar correctamente porque no hay palabras para describir todo lo que puede oler, que es lo único que le interesa.
Criado con absoluta ausencia de amor, Grenouille se desarrolla carente de cualquier sentimiento afectivo, completamente egoísta y manipulador, dueño de una maldad que jamás lo incomoda ni le causa remordimiento alguno. En plena adolescencia comete su primer asesinato, lo que para él es un simple experimento y el principio de lo que espera lograr en el futuro.
Gracias a su poder para la manipulación, aun con su cortedad de palabras, Grenouille logra ser aceptado como aprendiz  por el más famoso y fracasado perfumista de París, Giuspepe Baldini. Baldini no es un perfumista en realidad, sino un mentiroso que se roba las formulas. Su aprendiz tiene el mejor olfato que jamás un humano haya tenido, así que forman la pareja perfecta, uno desea dinero y producir perfumes innovadores, el otro adquirir algunos pequeños trucos y un certificado de aprendiz.
Después de aprender todo lo que podía del viejo Baldino, Grenouille abandona París y se exilia en unas montañas inhóspitas donde apenas puede sobrevivir. Aquí hago un paréntesis para señalar que es la parte donde la novela se vuelve bastante mala. Sospecho que a Süskind se le terminaron las ideas y no le volvieron mientras la terminó de escribir.
Después de pasar años como un ermitaño en las montañas, Grenouille reaparece en el mundo civilizado para servir como conejillo de indias de un extraño marqués que se siente científico y que está más loco que una cabra.  Esta parte de la novela, me atrevo a decirlo, casi no tiene fundamento.
La siguiente parada del aprendiz de perfumista y de asesino es en la ciudad de Grasse, donde inicia una ola de asesinatos de mujeres que aterroriza primero a la ciudad y después al país. Por el modus operandi a nadie le cabe la menor duda de que se trata de mismo asesino, pero son tan extrañas las circunstancias que nadie puede adivinar qué pretende esa mente tan enferma.


Cuando empecé a leer El perfume me pareció que era una novela extraordinaria. El autor escribe bastante bien y el argumento destilaba originalidad y prometía mucho. Pero en la parte que ya mencioné la novela dejó de gustarme porque sencillamente se volvió mala.
Lo peor de todo es que cuando la novela empezó a perder calidad, arrastró a Grenouille con ella. El final de la novela, que es el de su protagonista, no merece la pena, es demasiado malo, y por supuesto que no está a la altura de un personaje tan extraordinariamente trazado.

domingo, 22 de julio de 2012

Giuseppe Baldini, de El perfume

En la novela El perfume, del autor Patrick Süskind, casi ningún personaje tiene relevancia a excepción del malvado protagonista, Jean-Baptiste Grenouille. Aunque el cómico perfumista Giuseppe Baldini sí logra hacerse atractivo para el lector y sobre él Süskind ofreció algunos elementos que pueden ayudar a hacerle una biografía.
Giuseppe Baldini es, en apariencia, un afamado perfumista italiano, afincado en París, que tiene su taller en las orillas del río Sena. Baldini en realidad es un fracasado que vive del engaño. Es cierto que tiene los conocimientos de un perfumista, pero es incapaz de crear una fragancia agradable. Lo que hace para satisfacer los pedidos de sus clientes es adquirir los perfumes de otros y tratar de imitarlos, pero cuando ni eso logra, simplemente compra la cantidad necesaria.
Sabiendo que su fama va en decadencia, piensa en un próximo retiro para vivir en su natal Italia, muy modestamente. Pero un buen día su suerte cambia de manera inesperada. Un chico con aspecto de vagabundo que apenas puede hablar, le dice que él puede reproducir fielmente el perfume que está causando sensación en Paría. Baldini desde luego no le cree, pero ¿qué puede perder con dejarlo hacer una prueba?
Quizás porque lo encontró en un momento de depresión e inestabilidad emocional, Jean-Baptiste Grenouille consigue que el maestro Giuseppe Baldini le dé permiso de usar su taller y sus sustancias. El procedimiento que utiliza no es el indicado y Baldini se desespera. A punto está de echar a patadas a Grenouille cuando toda la estancia empieza a oler al perfume que tanto ha buscado imitar. Pero allí no termina su asombro, Grenouille le dice que ese perfume es imperfecto y que él puede mejorarlo con mucha facilidad. Y lo hace.
Dado que Grenouille es un huérfano al que un curtidor de pieles esclaviza,  Baldini se lo compra y lo lleva a vivir con él. Representa una farsa en la que aparentemente él le está enseñando sus conocimientos a  Grenouille, pero en realidad ocurre lo contrario. Y no sólo eso, el perfumista hace que su “discípulo” descubra una fragancia tras otra, las mismas que él anota minuciosamente y que pronto lo ayudan a convertirse en el mejor perfumista de París.
Así pasan tres años en los que Grenouille aprende el arte de la destilación y Baldini se hace de un arsenal de formulas que le ayudarán a seducir al mundo. Cuando ya cada uno ha obtenido del otro lo que deseaba, se separan. Todo el premio que Baldini le da al labrador de su fortuna es una carta de aprendiz, pero extrañamente Grenouille no busca otra cosa.
Justo el día de la separación, la casa taller de Baldini se derrumba en el Sena y el perfumista, sus fragancias, sus formulas y su fortuna, desaparecen en el agua. Durante los tres años que lo tuvo a sus órdenes, Baldini jamás sospechó siquiera un poco de la retorcida mente de Grenouille y mucho menos que fuera el más peligroso asesino de toda Francia. Y lo cierto es que tampoco le interesó nunca averiguar algo sobre él, su único objetivo fue explotarlo, el cual logró plenamente, aunque no tuvo tiempo de sacarle demasiado provecho.

martes, 17 de julio de 2012

Jones, de La conjura de los necios


Si bien es cierto que el personaje más interesante, aparte de protagonista, de la magna obra de John Kennedy Toole, La conjura de los necios, es el más necio aún Ignatius J. Reilly, hay otro personaje en la novela que se sabe ganar toda la atención de los lectores; me refiero a Jones, al muy interesante negro Jones.
Oculto en unas gafas negras y en una nube de humo que expulsa el cigarro que siempre lleva en la boca, Jones habla sin que nadie se lo pida, sólo le basta tener enfrente a alguien para dejar aflorar sus sarcásticos comentarios, sus aparentes quejas debido a su pobreza por ser negro. Pero no son realmente quejas, son expresiones simples sin odio, propias de su personalidad de negro que quiere reírse de sus desgracias porque sabe que no puede hacer cosa mejor.
Acosado por la policía, Jones se ve obligado a buscar trabajo porque de lo contrario lo meterán en una celda por holgazán. De su situación se entera accidentalmente Lana Lee (no, no es la novia de Superman, si se fijan bien el apellido varia). Lana es la dueña del Noche de Alegría, un antro de mala muerte donde trata peor que a esclavos a sus empleados y vende bebidas que en el mejor de los casos pueden provocar unas semanas en cama. Lana contrata a Jones por un sueldo que raya en la ilegalidad, aprovechándose de su difícil situación, aunque él prefiere decir que lo compró.
Cansado de malos tratos y de un sueldo miserable, Jones, sabiendo que en el negocio de Lana son ilegales hasta las luminarias, emprende una sistemática tarea de sabotaje en la que encaja a la perfección un gordo problemático aparentemente loco al que apenas ha visto algunas veces a distancia, pero sabe que se llama Ignatius.




Jones ha sido el personaje que más me ha gustado. Lo ignoro, pero sospecho que es una especie de precursor del negro cómico que después de él inundó las películas hollywoodenses. A muchos críticos literarios también les ha encantado Jones, porque es un logro del autor quizás de la talla del propio de Ignatius. No es un personaje que propague racismo negro ni rencores reprimidos en una época en que los ánimos estaban muy calientes; a pesar de sus constantes quejas como: “Usted cree que a los negros nos venden las cosas a precios especiales”, frase que utiliza para quejarse de su sueldo, su astucia sólo le sirve para vengarse de su jefa, a la que le toma la medida desde el principio.
Otro aspecto importante de Jones es su extraordinaria deformación del idioma ingles, algunas veces su jerga es apenas entendible y eso le da más valor a su brillante comicidad,  aunque no debe causarles mucha gracia a los traductores que sin duda se ven en problemas para traducir sus diálogos.

lunes, 16 de julio de 2012

Ignatius J. Reilly, de La conjura de los necios


El protagonista de La conjura de los necios, un clásico de la literatura yanqui que ya aseguró su lugar en el gusto de los lectores por muchos años, es Ignatius J. Reilly, un personaje que se antoja para todo, menos para protagonista de una novela.
John Kennedy Toole escribió la novela a principios de la década de los 60s, y pasó años tratando de que una editorial le diera la oportunidad de publicarla. No lo consiguió y terminó suicidándose muy joven, pero gracias a la tenacidad de su madre, La conjura de los necios salió a la venta en 1980 y se convirtió con gran rapidez en un éxito de ventas gracias a que su protagonista, Ignatius,  conquistó a los lectores.
Ignatius vive en Nueva Orleáns, es un moralista, flojo, gordo, tragón, irresponsable, profundamente egoísta y con una visión de la realidad muy desfasada; ya pasa de los treinta y vive aún con su madre, no ayudándola, sino atormentándola, como hace con todas las personas que tienen la desgracia de conocerlo.
Debido a que la novela inicia años después de que se graduó de la universidad, de su vida universitaria se sabe poco. Por comentarios de su madre el lector se entera de que fueron muchos años los que tardó en terminar la carrera, y por recuerdos, nada agradables, de uno de sus profesores también se sabe que era un estudiante rebelde que siempre estaba molestando a su amiga-novia Myrna Minkoff.
A pesar de sus más de treinta, Ignatius es casto, o virgen, como él mismo se autodefine. Sus complejos moralistas lo hacen un acérrimo crítico de la libre sexualidad, de la homosexualidad y casi de cualquier forma de diversión moderna. Es un devoto católico,  pero los curas no le agradan por blandos. A Ignatius se le antoja una iglesia medieval, fuerte y castigadora con aquellos que pecan.
Debido a sus muy particulares características, Ignatius no puede mantener una charla de cinco minutos con una persona de su época sin insultarla. Se cree un genio con una cultura muy por encima del promedio. No acepta jamás que le critiquen, pero tampoco jamás se abstiene de hacerlo con personas que ni siquiera conoce. Su boca lo mete constantemente en serios problemas que se niega a afrontar.
Renuente siempre a trabajar, termina haciéndolo, obligado por su madre,  porque una noche en que juntos fueron a un antro a ella se le pasaron las copas y chocó su automóvil. Pero la actividad laboral de Ignatius mete a la familia en problemas mucho más graves de los que ya tenía. Ignatius va dejando enemigos a su paso, y quien lo ve una vez no lo olvida jamás.
El primer trabajo que consigue es en Levy-Pants, una empresa a la que su dueño se empeña en llevar a la ruina y donde, por esa razón, no tienen inconveniente en contratar a Ignatius. Pero un intento de sublevar a los obreros erigiéndose él como su líder lo lleva al despido, y casi a prisión.
Su siguiente empleo es como vendedor ambulante de salchichas, el mismo que utiliza para comer hasta hartarse de la mercancía que vende, excusándose con su jefe inventado falsos e impracticables robos.  Entre más recorre Ignatius la ciudad de Nueva Orleáns, más problemas va creando, a veces sin la intención, en su intento de crear otros peores, y poco a poco la situación va encaminándose a una serie de catástrofes que involucran a todos aquellos que han tenido la mala suerte se conocerlo.
Ignatius J. Reilly es el mejor logro de la brevísima carrera literaria de su autor. Es un icono de la literatura norteamericana, muchos lectores aprenden a odiarlo, otros a amarlo, él hace más por lograr lo primero que lo segundo. Lo que sí es un hecho indudable es que nadie puede abstenerse de reír con sus impensables locuras, las mismas que a veces, sin que el lector sepa muy bien por qué, le causan tristeza. Quizás por la historia inacaba de Ignatius que su autor no quiso quedarse a terminar de contarnos.


Muchos opinan que John Kennedy Toole, hombre profundamente reservado, metió algunos aspectos biográficos suyos en Ignatius.  Si eso fue cierto, sería entonces evidente el uso del personaje para ejercer una protesta irracional contra la sociedad. Ignatius es un hombre que sucumbe a la tentación de meterse en todos los conflictos en que le sea posible, sin la más elemental justificación, simplemente porque su YO tan lleno de egoísmo clama por protagonizar incluso allá donde los terrenos no son suyos.
Yo he aprendido a apreciar a Ignatius en cada página de la novela. Al principio sólo porque no podía parar de reír con su extravagante conducta, y después porque no lo podía entender. Al final descubrí que ése es un ejercicio que no conduce a nada. A Ignatius no se le puede entender, al igual que no se puede entender a don Quijote, lo más recomendable es sentarse a disfrutarlo, y ponerse cómodo… para reír, para reír mucho.

Propósitos


He creado este blog con la intención de ir subiendo biografías de personajes ficticios. Hay muchos blogs de literatura, pero se limitan a las reseñas de las  novelas, y no he hallado ninguno que se enfoque solamente en los personajes. La Wikipedia nos ofrece una enorme lista de biografías, pero me he fijado que no están allí todas las que yo quisiera leer y algunas no tan completas como lo ameritan los personajes.
No sé hasta dónde va a llegar este blog ni cuánto tiempo podré mantenerlo actualizado. Eso dependerá en gran medida del mío, de mi tiempo, y de que a algunas personas les dé por venir aquí, a leer lo que habrá. Yo espero sinceramente que dure mucho y que pueda subir las biografías de bastantes personajes conocidos y no tanto de la literatura universal, de los de hace años y de los que apenas van surgiendo, de los malos y de los buenos y, en fin, de todos cuantos me parezcan interesantes.