sábado, 19 de octubre de 2013

Alí, el esclavo negro de Edmundo Dantés

El extravagante hombre que seduce París con sus millones y su encanto oriental, que se hace llamar conde de Montecristo, lleva siempre consigo a un negro mudo que le obedece ciegamente. Su nombre es Alí, y desde cierto punto de vista es un personaje que ocupa un papel mínimo en la novela, por lo que a muchos quizás no les interesa una biografía suya, sin embargo, a mí me ha parecido sumamente interesante, y más por lo difícil que es hablar de él debido a los pocos datos que Alejandro Dumas y compañía filtraron en la novela.
Todo lo que se sabe de Alí es porque lo cuenta su amo, el conde de Montecristo, razón por la cual está permitido dudar sobre su origen y la forma en cómo llegó a pertenecerle. El conde usa como columna vertebral para su venganza la mentira, engaña a todo el mundo, sobre todo a los aristócratas parisienses relacionados o no con sus enemigos.
Según Montecristo, en una historia relatada a Franz d'Épinay -amigo de Albert de Morcef, y a quien tenía que engañar para empezar a trazar su leyenda como un misterioso oriental-, Alí vivía en Túnez antes de ser suyo. Pero un mal día pasó demasiado cerca del serrallo del soberano tunecino -lugar donde estaban las concubinas de éste- y por tal razón decidió ejecutarlo, cortándole el primer día la lengua, el segundo una mano y el tercero la cabeza.
El conde, que siempre había deseado un esclavo mudo, esperó a que le cortaran la lengua y después sobornó al soberano para que se lo entregara. El ofendido rey accedió a cambio de que Alí no volviera jamás a sus dominios, de lo contrario le costaría la vida. Debido a esta amenaza, según el conde, cada que navega cerca de la costa africana su esclavo se esconde por miedo.
Pero lo cierto es que el negro siervo es muy valiente y siempre se muestra dispuesto a dar la vida por su amo. En París forma parte del enigmático orientalismo con que Montecristo tanto atrae a la sociedad. Sólo sabe árabe, así que únicamente puede entender lo que le dice su señor, un consumado políglota. El conde llegó a decirle alguna vez que si le fallaba en algo lo mataría, a lo que el esclavo respondió resignadamente besándole la mano.
Es muy eficiente, fuerte y hábil con la cimitarra y, aunque no se dice nunca, quizás aún muy joven, por ello es el escolta de confianza del conde. También hace para él cualquier clase de trabajo, como salvar la vida de la esposa e hijo de Villefort -uno de los tres enemigos del conde- en un accidente planeado para que el magistrado tuviera una deuda impagable con Montecristo.
Casi todo sobre Alí es conveniente dudarlo debido al misterio que envuelve a su señor. Aunque lo adquirió en Túnez, después llega a decir que es nubio, no revelándose nunca cómo llegó Alí de un lugar a otro, no quedando más posibilidad que en calidad de esclavo y por medio de una venta.
También la historia de cómo fue a parar a manos del conde parece ser falsa, o por lo menos parte de ella. El enigmático conde de Montecristo es tras el oro que lo cubre Edmundo Dantés, un hombre bueno y generoso con aquéllos que ningún daño le han causado. Por tal razón, la leyenda en la que afirma que dejó que le cortaran la lengua para sólo después intervenir y salvarlo podría ser una invención suya para presentarse ante un aristócrata francés como un oriental al que hay que tenerle miedo a la vez que se le admira.
Lo único cierto, dentro de la novela, parece ser que es la extraña fuerza que une al conde y al esclavo negro. Montecristo aprecia su eficiencia y su lealtad y Alí lo adora porque el conde es sencillamente todo su mundo.

martes, 15 de octubre de 2013

Novelas para Navidad e invierno

Se acercan los tiempos fríos, al menos para una parte del mundo, tiempos en que es más apetecible quedarse por las tardes en casa y dedicar las horas a un pasatiempo casero. Hace siglos no había mucho qué hacer aparte de un juego en familia o leer un libro. Pero hoy en día el Internet y la televisión ofrecen infinidad de actividades, tantas que eso de tomar un libro ya viene siendo anacronismo.
Cierto que con el frío dan más ganas de leer. No por nada, los países donde las bajas temperaturas son cosa seria son los más cultos del mundo, logro que a muchos les reditúa progreso y a otros pocos, por a veces inexplicables razones, miseria.
No en todas las épocas del año se antojan los mismos libros. Las épocas frías, para quien lee y disfruta de un hogar caliente y una taza de té o café, de acuerdo al gusto, suelen ser apetecibles novelas que retratan los otros fríos, los fríos del alma, aquellos que son consecuencia de la soledad, de la tristeza, del desamor y del fracaso, dentro de historias narradas en lugares fríos. La razón no es bien sabida, pero es  cierto que en Navidad mucha gente se deprime, quizás porque ve acercarse el final de un año en el que los propósitos planeados no llegaron a consolidarse.
Los fríos también despiertan el apetito por las novelas policíacas. Es agradable, desde la comodidad del hogar, seguir la pista de un detective que sigue la pista de un asesino entre calles frías y húmedas, detective al que muchas veces no espera nadie al volver a casa, razón por la cual prefiere ir en busca de rufianes que le garantizarán antes de las últimas páginas alguna que otra golpiza, una bala en el hombro o una herida con arma blanca. Cerrado el caso, el detective vuelve a su pequeño y frío departamento a preparar café, y mientras ve por la ventana merodear a un gato en la azotea vecina, recuerda que es nada menos que Navidad.
La fantasía también suele ser agradable en estas épocas. Los personajes fantásticos, cubiertos de una piel más resistente que la de los humanos, suelen soportar fríos muy intensos, mientras que con espada y hechizos luchan por devolver al mal a sus fronteras, ya que saben que derrotarlo definitivamente es imposible.
Existen algunos clásicos ideales para ser leídos en Navidad. Cumbres Borrascosas, una tormentosa historia de amor en un escenario lleno de frío, es ideal para los tiempos que vienen. Otro gran libro, ideal para el mismo propósito, son Los miserables, aunque es tan voluminoso que si alguien lo empieza en diciembre corre el riesgo de terminarlo en junio. Los grandes clásicos rusos, el país frío por antonomasia, son más que recomendables para la época, desde obras breves como El capote hasta novelotas como Guerra y paz y la mediana Almas muertas, que pudo ser más de lo que es y que, aun así, es una de las obras más maravillosas de la literatura universal.

lunes, 14 de octubre de 2013

Hollywood, el cirujano de los clásicos

Los grandes clásicos de la literatura universal suelen ser historias que no -ya no- se adaptan a las necesidades de Hollywood para que sus producciones vendan. De tal manera que lo recomendable sería que sencillamente ya no se usara a los clásicos para hacer cine, no obstante, títulos como Romeo y Julieta, Drácula, El conde de Montecristo, Los miserables, entre otros tantos, venden, por eso Hollywood se los apropia, los deforma todo cuanto hace falta y los exhibe ante su público actual, que tiene sus muy particulares gustos fundados en la belleza física y en el triunfo del héroe sobre los villanos previas candentes escenas de sexo con la heroína.
De ahí que veamos en el cine a dráculas guapos, más cercanos físicamente a un actor porno que al Drácula que nos dio Stoker, el cual era bastante feo físicamente y en nada se asemejaba a un modelo. Pero esa deformación sólo es una pequeñez en Hollywood. Quién se hubiera imaginado a Edmundo Dantés y a Mercedes Herrera en la cama, si en el libro su amor es tan casto e improfanable que después de que Dantés escapa de prisión apenas y son capaces de tocarse la mano. Hollywood ha deformado tanto esa historia de amor, pretendiendo adaptarla a los gustos de ahora, que Alberto, el hijo de Mercedes y Fernando, ya fue en realidad de Edmundo en la última versión protagonizada por James Caviezel. Aquí incluso la casta y casi santa Mercedes del libro oculta su embarazo de Edmundo para casarse con Fernando y así evitar la deshonra.
Está muy claro que en Hollywood tampoco quieren lo que los clásicos apenas sugieren. Incluso las “inmoralidades” de Oscar Wilde no son suficientes para el público de hoy. Ahora Basil Howard tiene que inclinarse ante Dorian Gray y abrirle la bragueta mientras éste intenta poner los ojos en blanco para que la cosa quede clara. La última versión cinematográfica de El retrato de Dorian Gray trató de atraer al público con intensas escenas de sexo, dejando a un lado de manera tajante el genial argumento que concibió Wilde y que en tantos problemas lo metió, como si para atraer al público valiéndose de escenas en la cama hiciera falta tomar el titulo de un clásico.
Hollywood es una fábrica de historias lineales y con final feliz -como quiera que esto último se entienda- y no todos los clásicos, porque son lo que son, se adaptan a esos designios. Por ello Hollywood de los clásicos sólo quiere los títulos, no las historias en su mayor parte. Tal vez lleguemos a ver un burdel en la isla de Robinson Crusoe, donde éste pueda ir a liberar sus deseos reprimidos en tremendos revolcones, o a un Quasimodo que gracias a una milagrosa cirugía se vuelve guapo y termina en la cama con su amada Esmeralda.