viernes, 18 de agosto de 2017

Cuba libre, y Carlos Alberto Montaner presidente

Nunca había leído una novela ucrónica. Sabía, sin embargo, que existen muchas y muy buenas, sobre todo ambientadas a partir de la segunda guerra mundial, en un escenario en el que los nazis habrían ganado a los aliados e impuesto al mundo su reinado del terror, ya que eso es precisamente en lo que radica una ucranía, ofrece una historia alternativa a la real surgida a partir de un suceso que pudo evitarse. Sin embargo, realmente no me habían llamado la atención tanto como para enfrascarme en una lectura así. Las asociaba a la ciencia ficción y ésta nunca ha sido de mi total agrado.
Pero nunca se debe de decir nunca en esta vida llena de sorpresas. Hace unas cuantas semanas me invitaron a leer la novela Maximiliano y Carlota: la dinastía de los Habsburgo en México, de Adam J. Oderoll, y como no me pareció una obra relacionada con la ciencia ficción, me decidí a leerla. Se trata de una novela ucrónica en la que el célebre archiduque Maximiliano de Austria, que aceptó la corona de Moctezuma que le ofreció Napoleón III, logra formar un gobierno a partir de la prematura muerte del indomable presidente Benito Juárez (éste es precisamente el suceso que lo cambia todo), y en tal escenario alternativo, México en la actualidad no tiene presidentes, tiene emperadores. Es la última monarquía occidental autentica que queda con vida, y es también una potencia mundial que constantemente se apunta los cañones con los Estados Unidos. Una especie de guerra fría en América entre dos países vecinos.
Hasta aquí alguien preguntará, ¿qué tiene que ver una historia alternativa de México con Cuba? Pues mucho. Ahora lo explico. En uno de los primeros capítulos de la novela, el emperador en turno de México de la década de los sesentas, menciona en una charla con Kennedy que a su imperio llegó un tal Castro con ideas comunistas, y que lo encarceló a purgar una condena de treinta años (Fidel Castro efectivamente estuvo en México con sus guerrilleros y sí fue enviado a prisión, pero sólo por unos meses), ante lo que Kennedy lo felicita por ayudarlo a combatir el comunismo.
Páginas más adelante, leemos que Kennedy no fue asesinado el 22 de noviembre de 1963. ¿Se entiende? Si Fidel no pudo ir a apoderarse de la isla de Cuba por estar en México encerrado en una prisión de máxima seguridad, Kennedy no tenía quien lo mandara matar… Es lo que nos sugiere el autor.
Después, en la época actual, el emperador en turno, muy joven aún pero que se trae con Trump unas ganas enormes de lanzar misiles de un lado a otro de la frontera (en esta historia México reacciona furioso ante el racismo del nuevo presidente de los Estados Unidos, y amenaza y tiene con qué ir a la guerra), reconoce que admira mucho y que es un gran amigo del presidente de Cuba, llamado Carlos Alberto Montaner, por su extraordinario logro de convertir a su pueblo en una de las democracias más ricas y sólidas del mundo, donde existe un profundo respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales. Montaner se ofrece a mediar entre el emperador de México y Trump para que ambos quiten el dedo del gatillo.
Y hasta aquí puedo contar. Sólo añado que realmente se me hizo muy interesante y una idea genial de Oderoll ofrecer una historia en la que con sacar de la jugada a Fidel Castro se evita automáticamente el magnicidio de Dallas que tanto conmocionó al mundo. Brillante.