Nunca había leído una novela ucrónica.
Sabía, sin embargo, que existen muchas y muy buenas, sobre todo ambientadas a
partir de la segunda guerra mundial, en un escenario en el que los nazis habrían
ganado a los aliados e impuesto al mundo su reinado del terror, ya que eso es
precisamente en lo que radica una ucranía, ofrece una historia alternativa a la
real surgida a partir de un suceso que pudo evitarse. Sin embargo, realmente no
me habían llamado la atención tanto como para enfrascarme en una lectura así. Las
asociaba a la ciencia ficción y ésta nunca ha sido de mi total agrado.
Pero nunca se debe de decir nunca
en esta vida llena de sorpresas. Hace unas cuantas semanas me invitaron a leer
la novela Maximiliano y Carlota: la dinastía
de los Habsburgo en México, de Adam J. Oderoll, y como no me pareció una obra relacionada con la ciencia ficción, me decidí a leerla. Se trata de una novela ucrónica en la
que el célebre archiduque Maximiliano de Austria, que aceptó la corona de Moctezuma
que le ofreció Napoleón III, logra formar un gobierno a partir de la prematura
muerte del indomable presidente Benito Juárez (éste es precisamente el suceso
que lo cambia todo), y en tal escenario alternativo, México en la actualidad no
tiene presidentes, tiene emperadores. Es la última monarquía occidental autentica que
queda con vida, y es también una potencia mundial que constantemente se apunta los
cañones con los Estados Unidos. Una especie de guerra fría en América entre dos
países vecinos.
Hasta aquí alguien preguntará,
¿qué tiene que ver una historia alternativa de México con Cuba? Pues mucho. Ahora
lo explico. En uno de los primeros capítulos de la novela, el emperador en
turno de México de la década de los sesentas, menciona en una charla con
Kennedy que a su imperio llegó un tal Castro con ideas comunistas, y que lo
encarceló a purgar una condena de treinta años (Fidel Castro efectivamente
estuvo en México con sus guerrilleros y sí fue enviado a prisión, pero sólo por
unos meses), ante lo que Kennedy lo felicita por ayudarlo a combatir el
comunismo.
Páginas más adelante, leemos que
Kennedy no fue asesinado el 22 de noviembre de 1963. ¿Se entiende? Si Fidel no
pudo ir a apoderarse de la isla de Cuba por estar en México encerrado en una
prisión de máxima seguridad, Kennedy no tenía quien lo mandara matar… Es lo que
nos sugiere el autor.
Después, en la época actual, el
emperador en turno, muy joven aún pero que se trae con Trump unas ganas enormes
de lanzar misiles de un lado a otro de la frontera (en esta historia México
reacciona furioso ante el racismo del nuevo presidente de los Estados Unidos, y
amenaza y tiene con qué ir a la guerra), reconoce que admira mucho y que es un
gran amigo del presidente de Cuba, llamado Carlos Alberto Montaner, por su
extraordinario logro de convertir a su pueblo en una de las democracias más ricas
y sólidas del mundo, donde existe un profundo respeto a los derechos humanos y
a las libertades individuales. Montaner se ofrece a mediar entre el emperador
de México y Trump para que ambos quiten el dedo del gatillo.
Y hasta aquí puedo contar. Sólo
añado que realmente se me hizo muy interesante y una idea genial de Oderoll ofrecer
una historia en la que con sacar de la jugada a Fidel Castro se evita automáticamente
el magnicidio de Dallas que tanto conmocionó al mundo. Brillante.
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