lunes, 21 de septiembre de 2015

Jack Dawson, de Titanic

Titanic fue una de las mejores películas de la década antepasada. La legión de premios Oscar que consiguió no dejan lugar a dudas. Fue uno de esos filmes en los que todo encajó para que el resultado fuera impecable: una historia romántica bien labrada, buenas actuaciones y una escenografía que no salió a deber nada. Todo coronado con un final dramático, heroico y triste.
La actuación de  Leonardo DiCaprio en el papel protagónico de Jack Dawson fue bastante buena. Aunque a mí siempre me ha parecido demasiado personaje con un actor que le quedó un poco chico. Y no se trata de las malas capacidades histriónicas de  DiCaprio, sino que su aspecto físico no encajaba nada en la piel de Dawson.
Jack Dawson es un joven norteamericano, originario de  Chippewa Falls, Wisconsin, quien pese a ser pobre no se priva del gusto de viajar por el mundo. Se trata de un prometedor artista que lleva siempre consigo un cuaderno lleno de sus dibujos, al que nada le parece imposible, capaz de traspasar con dos frases las barreras sociales que todavía tan infranqueables estaban en el período justo antes de la pre guerra.
En un afortunado un contra tiempo juego de póquer, Dawson y su amigo Fabrizzio ganan unos pasajes de tercera clase para que el barco más “seguro del mundo”, el Titanic, los lleve de Europa a Nueva York. Ya en el barco, Dawson ve a lo lejos a la aristocrática, elegante y hermosa Rose DeWitt Bukater, y poco después la sorprende en una muy distinta apariencia, tratando de suicidarse arrojándose del barco.
Unas cuantas palabras bastan para que Dawson la convenza de lo desacertado que fue el método de suicidio que ella escogió, pero segundos después tiene que salvarla realmente porque ella resbala y a punto está de caer al mar. Rose logra que Dawson finja y oculte lo de su intento de suicidio. Como premio por haberla salvado, es invitado a una cena en el comedor de la primera clase.
En la cena, el novio de Rose, Caledon Hockley, intenta ridiculizar a Dawson por su condición humilde, pero se encuentra con un hombre desenvuelto, seguro de sí mismo y capaz de articular frases que agradan y hacen reír a las distinguidísimas celebridades que se dan cita en la cena.
De allí en adelante se empieza a crear un vínculo irrompible entre Rose y Jack Dawson. Pronto se enamoran, y ella después de algunas dudas adquiere la seguridad de que desea irse con Jack en cuanto el barco llegue a América. Pero la cosa no les espera tan sencilla. Rose pide a Jack que la dibuje usando una costosa, antigua y pesada joya, llamada “El corazón del mar”, regalo de compromiso de Hockley. El incidente se presta para que Hockley y su guardaespaldas culpen a Jack de querer robarla y lo mandan encerrar en un rincón del barco.
Pero para entonces ya ha iniciado poco a poco la debacle. El Titanic ha chocado contra un  iceberg y en cuestión de horas se irá al fondo del mar. Rose se arma de valor y va a rescatar a Jack tan solo para que en adelante él la salve a ella todas las veces necesarias. Durante el hundimiento, mientras todo es pánico y gritos, Jack se mantiene sereno, seguro tal vez de que él va a morir pero de que logrará salvarla a ella.
Gracias a los esfuerzos de  Jack Dawson, Rose salva la vida, pero él muere congelado y su tumba es el fondo del mar, epilogo triste que sin embargo lo dejó grabado para siempre en la mente de una generación de cinéfilos.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Matar a un personaje ficticio

He comprobado que en general al público no le agrada la muerte de los protagonistas de sus libros favoritos. Pero no por eso los autores se privan del derecho de hacerlo, ya que a fin de cuentas, de forma total, son suyos. Mas siempre queda la posibilidad de preguntarnos, ¿por qué?, ¿cuál es la razón de que los maten?
La respuesta más simple sería “porque así es la historia”; de esa forma fue concebida por el autor y punto. No obstante, hay más razones. Y la que a mí más me ha interesado últimamente es ésa que está relacionada con el afán del autor de que no toquen lo suyo. Quizás en China o en la extinta Unión Soviética sea posible imaginar una ley que prohíba a un escritor matar a un personaje que ha causado revuelo porque no es de él sino de todos. O del Estado.
Pero dado que ley tal no oprime a nadie todavía, desde hace muchos siglos ha sido un recurso del autor el de matar a su protagonista para proteger lo suyo, y así evitar que tras su muerte una legión de zánganos lucren con lo que su trabajo le costó crear. Quizás el caso más famoso sea la muerte de Alonso Quijano planeada y ejecutada magistralmente por Cervantes tras sentir el chorro de agua helada que le provocó El Quijote de Avellaneda, una continuación de su magna obra que no salió de su mente.
Dumas en cambio se privó de matar a Edmundo Dantés y con ello heredó un personaje demasiado lucrativo que ha sido usado por otros autores durante muchos, muchos años, en una calidad mucho más deficiente que la que le imprimió el mestizo autor francés.
En cambio, de los cuatro mosqueteros sólo dejó vivo a Aramis, superviviente que no ha sido desaprovechado por las legiones de autores que pretenden subsistir agarrándose de una historia ya muy promocionada. Pero a veces el último, y único, recurso del autor por proteger lo suyo no cumple del todo su objetivo, ya que el zanganismo ha hallado la forma de bloquearlo: ya sea escribiendo la historia de algo así como Los hijos de D’Artagnan (ignoro si tal libro existe, pero no lo descarto) o simplemente creando una trama antes de la muerte del personaje, incluso antes de que inicie el período de la vida ficticia que le dio su creador.
Como no soy experto en biografías de escritores, ignoro si Heathcliff, Esmeralda, Quasimodo, Grenouille y otros tantos fueron liquidados por la intención de sus creadores de que nadie se apropiara de lo suyo. Aunque sí recuerdo haber leído que por la cabeza de Rowling pasó la idea de matar a Harry Potter precisamente por ese motivo, el de evitar que dentro de años  fuera reciclado, alterado y reutilizado con una personalidad ajena a la naturaleza que lo trajo al mundo o, más bien dicho, a la literatura.