viernes, 9 de mayo de 2014

Terry Lennox, de El largo adiós

El personaje central de la obra maestra de Raymond Chandler no es Terry Lennox, sino su detective Philip Marlowe, no obstante, Lennox es el ojo en torno al cual gira todo el huracán. Pese a que sólo aparece un poco durante toda la novela, es el causante de ese largo adiós que llega a ser para el protagonista detective una especie de misión de honor, y algo más allá que no alcanza a entender.
Cuando Marlowe lo conoce, Lennox está alcoholizado, su estado favorito, y sin entender nunca bien por qué, empieza a apreciarlo un poco. Lennox es un excombatiente de la Segunda Guerra Mundial, etapa que le dejó heridas en el rostro que lo marcaron para siempre. A sus 35, aun siendo guapo y de aspecto agradable, parece un viejo con todo el pelo blanco. Es el esposo de la hija de un millonario, una mujer guapa, infiel como ninguna otra y que quizás se buscó un esposo pobre para que se viera en la necesidad de pasar por alto sus infidelidades.
Lennox establece una rápida amistad con Marlowe. Se emborrachan juntos y se hacen pocas preguntas. Una mañana Lennox lo visita para pedirle que lo lleve de Los Ángeles a Tijuana, porque algo ha ocurrido con su esposa y está muerta. Marlowe, sin preguntar, lo ayuda. Simplemente lo hace por amistad, por una amistad inexplicable hacia un hombre que en realidad no conoce.
Al día siguiente Marlowe es arrestado. Lennox está acusado de asesinar a su esposa y, por lo tanto, al ayudarlo a escapar, el detective es su cómplice. Pero pronto lo liberan y le informan al mismo tiempo que Lennox se ha suicidado en un remoto pueblo mexicano y ha dejado una carta en la que confiesa su crimen.
Al poco de salir de prisión, el detective recibe una carta de su amigo en la que le agradece por haberlo ayudado y le regala un billete de cinco mil dólares. Marlowe siente nostalgia, aunque no conocía bien a Lennox, algo le dice que era incapaz de matar a su esposa y que probablemente no se suicidó. El detective sabe que los policías mexicanos son muy dados a disparar a un prófugo sin demasiados preámbulos, e imagina que su amigo fue acribillado por la espada del otro lado de la frontera mexicana.
Y aunque se decide a investigar, pronto le llegan las amenazas. El padre de la difunta y un gangster amigo del propio Lennox literalmente le dicen que si investiga no se tocarán el corazón para ir por él. Pero Marlowe, que no conocía en realidad a Lennox, no se amedrenta, siente una deuda de honor con su amigo, con la inocencia de éste, y está dispuesto a saldarla durante un largo adiós.
Después del tiempo que le lleva ese proceso, Marlowe conoce un poco al verdadero Lennox, quien no era realmente norteamericano, tenía otro nombre, había peleado en la guerra pero no en el ejército de los Estados Unidos, y era capaz de mucho con tal de echar tierra sobre su pasado. Incluso de engañar a un amigo.

jueves, 8 de mayo de 2014

Candy, el mayordomo de El largo adiós

Acabo de terminar la lectura de El largo adiós, la obra cumbre de  Raymond Chandler y una de las mejores novelas negras de todos los tiempos, en parte por su crítica social y en parte por ese nostálgico recorrido de Philip Marlowe en busca del pasado, y de la inocencia, de su desconocido y nuevo amigo Terry Lennox.
Me interesó mucho el mayordomo de la historia por lo bien delineado que está, pese a que su relevancia no es mucha. Candy sirve en la casa de un escritor alcohólico, Roger Wade, y de su deslumbrante y misteriosa esposa, una rubia capaz de provocar choques. Wade es un escritor de éxito, por lo tanto vive en una zona exclusiva cerca de los Ángeles, hasta allí llega presionado por su esposa el detective Philip Marlowe, quien describe a Candy como un mexicano.
El mayordomo es un tipo misterioso, atrevido y de pocos amigos. Marlowe descubre que, como buen mayordomo que todo escucha y todo ve, de alguna forma chantajea a su jefe, situación que le permite ciertas libertades e irreverencias ante sus patrones, aunque por el escritor siente afecto, lo que hace que le declare la guerra a Marlowe en cuanto llega a la casa, porque lo ve como un aprovechado que sólo intenta sacar provecho de la fortuna de su patrón y acostarse con su mujer.
A las primeras de cambio tienen una pelea, en la que Candy se revela como un experto lanzador de cuchillos, habilidad que sin embargo no intimida al detective, quien considera que todos los mexicanos deben de ser buenos para eso porque, según él, todos tienen cuchillos. Lo más atractivo del mayordomo es ese sarcasmo desde las sombras que sabe bien cuándo y con quién usar. Como cuando le dice a Marlowe que no toma porque ya es suficiente con un borrachín en la casa.
Candy es un tipo dueño de su espacio, el que se ha ganado palmo a palmo. Por eso principalmente surge su odio hacia el detective, porque piensa que llegó a quitárselo. Cuando su patrón muere, inmediatamente piensa que Marlowe tuvo algo que ver y su odio aumenta, por lo que no duda incluso al mentirle a la policía para hundirlo, lo que demuestra que pese a ser un chantajista sarcástico apreciaba al hombre que le brindaba la oportunidad de llevarse el pan a la boca.
Después, cuando se revela la verdad sobre quién mató a Wade, incluso piensa en vengarse valiéndose de su habilidad para lanzar cuchillos. Pero Marlowe lo convence de que no eche a perder su vida. Es entonces cuando los enemigos se vuelven amigos y el mayordomo se revela como un buen hombre que sólo cuidaba lo que su trabajo le había costado lograr y a su patrón, el artífice de aquello.
Algo también interesante del personaje es que siempre se dirigen a él como el mexicano, aunque él desde el principio le revela a Marlowe que es chileno y que tiene un nombre incluso aristocrático, Juan García de Soto y Sotomayor, pero ni así dejan de llamarlo mexicano, quizás porque los yanquis de los 50s pensaba que todo aquel que hablara español y tuviera rasgos latinos tenía que ser por fuerza mexicano.