sábado, 29 de agosto de 2015

Smaug, el “Dorado” de El Hobbit

Por primera vez biografío aquí a un animal, pero éste no es cualquier animal, sino una bestia demasiado peligrosa, el villano principal de la primera novela que le dio gran fama a Tolkien, El Hobbit, y el último dragón de la Tierra Media. En este caso se trata de un villano sin misterios. Solo su especie ya avisa de su peligrosidad y no hay nada más que añadir al respecto.
Se trata del dragón que expulsó a la familia de Thorin II, Escudo de Roble, de la Montaña Solitaria, donde era su reino, para apoderarse de sus tesoros. Siglos después, Thorin planea una empresa muy grande, en compañía de una cuadrilla de enanos, el mago Gandalf y el hobbit Bilbo, con la intención de recuperar su reino.
Es durante la planeación del proyecto cuando se revela que si bien Smaug es un dragón, también es un enemigo de alcances modestos, pero muy peligroso para los enanos. Cuando Thorin sugiere que después del dragón bien podrían ocuparse del nigromante (es de suponerse con esto que Tolkien ya tenía en mente a Sauron), Gandalf lo reprende argumentando que Smaug ya es una empresa bastante grande para los enanos.
Y cuando, después de muchas peripecias, los enanos y Bilbo llegan a la Montaña Solitaria, no se ve de dónde puedan sacar algún recurso para vencer al dragón. Smaug es exactamente lo que habían comentado en un principio, una bestia con un poder destructivo descomunal que no se anda por las ramas a la hora de hacer que llueva fuego sobre sus enemigos, por pequeños e indefensos que sean.
No obstante, uno como lector, en la infancia, claro, piensa que será Bilbo quien le dé muerte, porque y sólo porque Bilbo es el héroe que Tolkien venía sugiriendo. Pero aun en esa infancia uno no se la cree. Tan sólo de imaginar al nada atlético y diminuto hobbit con espada en mano batiéndose como un león contra Smaug da risa.
Y quizás a Tolkien también le dio risa, si es que escribió preliminarmente algo similar, porque mejor se sacó a un héroe más acorde a la situación de la manga en esas casi últimas páginas. Si bien hay que reconocerle a Bilbo que obligó a la bestia a salir de su escondite y hasta descubrió el punto débil de su armadura echa de piedras preciosas, fue  Bardo, el arquero con tintes de héroe poseedor de una fecha mágica y poderosa (una flecha común no tenía efecto en Smaug), quien acertó en el lugar justo para hacer caer al dragón cual piedra pesada hubiera sido.
A mí me pareció el final de Smaug algo precipitado. Era un villano del que se había hablado mucho para que repentinamente cayera del cielo de golpe sobre un lago, sin demasiados trámites. Aunque tampoco puedo decir que el suceso haya descompuesto la historia; me gustó verlo caer en esa página en que cayó, pero creo que me habría gustado más si hubiera caído más adelante, después de haber dado más guerra.

domingo, 2 de agosto de 2015

El jinete sin cabeza

Escribir sobre el jinete sin cabeza creado por  Washington Irving no tiene el menor caso, pero hablar del jinete encarnado por Christopher Walken en la película de 1999 ya viene a ser algo más interesante. La película retoma la idea del cuento creado por Irving en la primera mitad del siglo XIX, pero todo el resto es un terror tan bien zanjado que no tiene absolutamente nada que ver con el cuento.
El protagonista es  Johnny Depp y justo es decir que hizo bien su trabajo. Mas no se puede ni siquiera cuestionar el hecho de que Christopher Walken se llevó todos los laureles del filme.
El argumento gira entorno a un mercenario europeo que se ganó fama de sanguinario en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Poseía una fiereza espeluznante y repartía espadazos a diestra y siniestra haciendo rodar las cabezas, hasta que sus enemigos lograron hacer rodar la suya en presencia de dos niñas gemelas que cortaban leña cerca del lugar.
Una de estas gemelitas llegaría a ser un monstruo de lo peor ya entrada en la madurez, ambiciosa como pocas, capaz de matar para conseguir sus fines y de utilizar sortilegios muy oscuros para poner de rodillas a sus enemigos, como llevar siempre consigo el cráneo de aquel mercenario decapitado en su presencia para sacarlo de su tumba y echárselo encima a sus enemigos.
El jinete sin cabeza, muy lejos del que creó Irving, se la pasa montado en un garañón negro y furioso, decapitando a medio pueblo y sembrando el terror en una atmosfera más dantesca que gótica pero extraordinariamente bien diseñada.
Al final a aquella gemelita malévola le sale el tiro por la culata y el jinete se la cobra cara por todo el tiempo que lo esclavizó, en una magistral y horripilante escena donde Christopher Walken exprimió lo mejor su talento histriónico y nos regaló a uno de los personajes de terror mejor logrados del cine contemporáneo.