domingo, 10 de noviembre de 2013

Febo de Châteaupers, de Nuestra Señora de París

Quien ubica a Febo de Châteaupers como un gallardo y noble militar que es incapaz de lastimar a los indefensos y menos aun de mentir, dispuesto a luchar por una causa justa y a entregar su amor a una gitana degradada por su condición social, sin duda lo conoce por la versión animada de  Walt Disney de 1996 y no por la novela.
La realidad es que el Febo que creó Victor Hugo es un rufián de lo peor, experto en el oficio de fingir ante una mujer que está enamorado de ella con tal de llevársela a la cama. No es un héroe ni en sus sueños y lejos está de pretender serlo. Aunque al principio es fácil confundirse -y más para quien vio la versión animada antes de leer la novela- porque Febo salva a la gitana esmeralda cuando Quasimodo y su oscuro señor tratan de secuestrarla. La situación fue más bien circunstancial porque Febo pasaba por allí con sus soldados y entre todos no les fue difícil someter a Quasimodo, mientras que el verdadero artífice del secuestro se daba a la fuga.
Esa acción basta para que Esmeralda lo crea un héroe y se enamore como loca de él, situación que el seductor consumado después aprovechará muy bien para sus nada dignos propósitos.
Febo es de noble familia, pero arruinada. Y aunque tuvo una esmerada educación, su oficio de soldado lo convierte en un hombre grosero y aleja de él los buenos modales, a tal grado que incluso estando rodeado de mujeres teme que su boca lo traicione y deje salir una lindeza. Está comprometido con una prima suya, a la que no ama y tampoco presta la menor atención, lo que invita a suponer que el fin que lo lleva al matrimonio es el de salir de pobre.
Gracias a una indiscreción de la cabrita de la gitana Esmeralda, Febo descubre que ella lo ama con locura, lo que le abre el camino para seducirla y divertirse con la hermosa gitana sin tener que esperar demasiado tiempo. Fingiéndose perdidamente enamorado, logra llevar a Esmeralda a un cuartucho paupérrimo -no sin antes haber mendigado un préstamo para poder pagarlo-, donde tiene todo planeado para arrebatarle su virtud.
La gitana, con su pudor y las naturales dudas, logra resistirse un poco, pero Febo, según apunta el narrador, ha repetido el procedimiento mil veces, de manera que no le es complicado derribar los obstáculos que Esmeralda le pone, incluso logra que ella renuncie a cualquier “derecho” que pueda reclamar una vez que se haya entregado a él, cuando en un principio incluso le había pedido que la instruyera en el catolicismo para así poder casarse.
Febo hace bien su trabajo de seductor. Logra tener a Esmeralda a su entera disposición. Y corona su perfil de rufián añadiendo a la escena a un “espectador” que, sin embargo, será el encargado de impedirle llevar a cabo su mezquino propósito de la peor manera posible.
No obstante, milagrosamente Febo sobrevive, aunque pasa a ser un personaje secundario en la historia, sólo presente en los recuerdos de la enamorada gitana y con breves apariciones. Pero tiene todavía la función de desencadenar el trágico final debido a que Esmeralda nunca deja de creer que es un soldado noble y valiente, además de su protector. Esta ignorancia es la que lleva a todos los personajes, buenos y malos, locos y sordos, a su perdición.

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