Escribir
sobre el jinete sin cabeza creado por Washington Irving no tiene el menor
caso, pero hablar del jinete encarnado por Christopher Walken en la película de
1999 ya viene a ser algo más interesante. La película retoma la idea del cuento
creado por Irving en la primera mitad del siglo XIX, pero todo el resto es un
terror tan bien zanjado que no tiene absolutamente nada que ver con el cuento.
El
protagonista es Johnny Depp y justo es decir que hizo bien su trabajo. Mas
no se puede ni siquiera cuestionar el hecho de que Christopher Walken se llevó
todos los laureles del filme.
El
argumento gira entorno a un mercenario europeo que se ganó fama de sanguinario
en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Poseía una fiereza espeluznante
y repartía espadazos a diestra y siniestra haciendo rodar las cabezas, hasta
que sus enemigos lograron hacer rodar la suya en presencia de dos niñas gemelas
que cortaban leña cerca del lugar.
Una
de estas gemelitas llegaría a ser un monstruo de lo peor ya entrada en la madurez,
ambiciosa como pocas, capaz de matar para conseguir sus fines y de utilizar
sortilegios muy oscuros para poner de rodillas a sus enemigos, como llevar
siempre consigo el cráneo de aquel mercenario decapitado en su presencia para
sacarlo de su tumba y echárselo encima a sus enemigos.
El
jinete sin cabeza, muy lejos del que creó Irving, se la pasa montado en un
garañón negro y furioso, decapitando a medio pueblo y sembrando el terror en
una atmosfera más dantesca que gótica pero extraordinariamente bien diseñada.
Al
final a aquella gemelita malévola le sale el tiro por la culata y el jinete se
la cobra cara por todo el tiempo que lo esclavizó, en una magistral y horripilante
escena donde Christopher Walken exprimió lo mejor su talento histriónico y nos regaló a uno de los personajes de terror mejor logrados del cine contemporáneo.
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