En este
año se celebran los 75 de Batman, muchos en los que ha perseguido a
maleantes por toda Gotham City noche
tras noche. Porque este héroe trabaja de noche, su mejor aliada, la que oculta
parte de su traje y hace aterradora, para sus enemigos, la otra que deja
visible.
Batman es
mi personaje favorito de cuantos superhéroes ha exportado la cultura yanqui al
mundo. En realidad poco me gustan los titanes de hojalata, mutantes
superpoderosos que lanzan de todo y tienen toda la fuerza que hace falta. No me
gusta de hecho Superman, aunque siento respeto por la serie Smallville de hace algunos años, que fue
estupenda.
El hombre murciélago
me gusta porque es un héroe sin poderes. Es un ser humano normal, con fuerza
limitada, al que le duelen lo golpes, y, por tanto, muy valiente para jugarse
la vida noche tras noches con rivales siempre a su altura.
Algo que
cabe resaltar es que Batman, en estos 75 largos años, ha tenido altibajos y
hasta ridiculeces. La serie de los 60s, protagonizada por Adam West, de la que
apenas habré visto un par de capítulos porque no es de mi época, se me hace
terriblemente ridícula, ya tan solo por el traje y las poses. Pero no hay que
ir tan atrás para hallar a un Batman ridículo, George Clooney se encargó de
hacer uno en 1997.
Porque,
insisto, de Batman hemos visto mucho, hasta a Bruce Wayne gozando de la
jubilación mientras asiste a su discípulo, Terry McGinnis, un Batman ya sin
capa, con un traje muy resistente y otros artefactos tecnológicos que no por
eso le hacen mas llevadera la profesión que a su anciano jefe.
Pero de
entre lo bueno y lo malo, lo maravillosamente gótico y oscuro y los extremos de
ridiculez del traje tan famoso, hay un personaje con una biografía estupenda,
aunque sea vista sólo por encima. Bruce Wayne es un hombre parecido a un aristócrata
de rancio abolengo, es el heredero de una gran fortuna que vive en su enorme y
deslumbrante mansión, asistido por un fiel y eficiente mayordomo que le hace
tan bien el té como le prepara el traje de murciélago.
Wayne podría
ser como cualquier otro millonario joven que vive a todo lujo navegando por el Mediterráneo
en su yate lleno de modelos hermosas, pero tiene un problema: de niño vio cómo
asesinaban a sus padres, y eso le hizo tener una eterna cuenta pendiente con
todos los que van contra la justicia. Ese niño aristocrático, rico y huérfano, decidió
tomar la forma del bicho que más le ocasionaba temor, el murciélago, para así
intimidar a los maleantes.
Ya hecho
un hombre, en Gotham City, una ciudad
en la que al parecer siempre hace frío y llueve mucho, el joven y guapo Bruce
Wayne, en lugar de ir cada noche a un restaurante lujoso por una nueva
conquista, se pone la capa negra y sale de su oscura y ancestral mansión para vigilar a los malos
desde la altura de un edificio y lanzarse sobre ellos de manera sigilosa, muy sigilosa, rápida
y letal.
Ése es Batmán,
el héroe oscuro y gótico, un ser humano sin mutación alguna que atormentado por
un terrible suceso de su niñez sale cada noche a evitar que otro niño viva la
misma experiencia, poniendo fuera de combate a los malos. Sin duda el personaje
ha gustado tanto durante tres cuartos de siglo porque sencillamente hay una
historia maravillosa, y triste, detrás de ese hombre de la capa que siempre
sale de noche. Porque está solo, sin más compañía que su viejo
mayordomo, y ésa soledad de Bruce Wayne es la que provoca que el espectador
sienta un poco de afecto por el terrible murcielago que sacrifica su juventud por el bien de los demás.
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