Hemos visto infinidad de
películas sobre Drácula, el vampiro. Bela
Lugosi le dio rostro al monstruo transilvano, pero otros tantos actores han
hecho méritos dignos de ligar también su fisonomía a él. En el último filme que
recuerdo, se remontaban los orígenes del vampiro no a la Edad Media rumana sino
al Israel bíblico, con un Judas Iscariote maldecido por traicionar al hijo de
Dios y condenado a ser un vampiro.
Pero Drácula, como todos sabemos,
no ese apóstol que se inclinó a la traición sino Vlad el Empalador, un príncipe
rumano sometido por el imperio turco, quien luchó toda su vida por consolidar
un pueblo libre del dominio de sus opresores.
También hemos vito filmes de ese
príncipe sanguinario y cruel. Pero nunca se nos había presentado la transición.
Es decir, cuándo Vlad el Empalador pasó a ser el conde Drácula. Se desconocía
si él fue el primer vampiro o si fue mordido por otro vampiro y transformado.
Pero ahora por fin surge una
película sobre la transición, sobre cómo fue que Vlad se trasformó en lo que ha
sido desde que Bram Stoker “publicó” su historia a finales del siglo
antepasado: un vampiro, y no cualquier vampiro, sino el más famoso y terrorífico
de todos.
Drácula: La leyenda jamás contada aprovecha la fama del cruel
príncipe, su deseo de liberar a su pueblo del dominio turco, y, por otro lado,
recoge al monstruo patriota de Stoker. Aquí vemos cómo Vlad decidió por sí
mismo y consiente de las consecuencias ser un vampiro, con tal de vencer al sultán
y salvar a su pueblo.
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