Estoy
pensando leer pronto la novela Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary
Shelley. Es uno de los tantos
clásicos que tengo pendientes y al ser de extensión mediana me parece perfecta
para estas semanas llenas de trabajo. La novela contiene a un Frankenstein, Víctor
Frankenstein, que es el menos conocido quizás de los tres ficticios que
existen. El primero naturalmente es ése, el científico que da vida a un ser brincándose
las reglas de la naturaleza. Y debería, de hecho, de ser el único.
Pero
hay otros dos. El segundo es el monstruo que crea el primero. Al carecer de
nombre, la cultura popular le dio el nombre de su creador. De hecho, muchos no
han escuchado hablar jamás del creador ni les suena el nombre de la creadora
del creador, Mary Shelley, tan sólo ubican como Frankenstein a un monstruo, sin
tener una idea sólida de su origen.
Al
tercer Frankenstein lo conocemos todos, gracias al cine y a las series de
televisión. Es el más famoso, mucho más que los otros dos y que Mary Shelley,
naturalmente. Lo conocemos como malo, como bueno, como tonto y como cómico, en
la figura de Herman Munster.
Este
Frankenstein es un gigantón de cabeza cuadrada y de color pálido, con unos característicos
tornillos en el cuello que servirán, supongo, para mantener la cabeza bien
unida al resto del cuerpo. Es un gran icono de las festividades de noche de
brujas, donde se le ve en tertulias con una momia, algún hombre lobo y Drácula.
Cuando
uno es niño con este Frankenstein se conforma, para asustarse o para reírse. Pero
ya más avanzada la edad se antoja adentrarse en los orígenes, entra la
curiosidad por saber si esos tornillos en el cuello los describió Mary Shelley
o se los debemos a la industria del cine. Yo espero descubrirlo pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario