El extravagante
hombre que seduce París con sus millones y su encanto oriental, que se hace
llamar conde de Montecristo, lleva siempre consigo a un negro mudo que le
obedece ciegamente. Su nombre es Alí, y desde cierto punto de vista es un
personaje que ocupa un papel mínimo en la novela, por lo que a muchos quizás no
les interesa una biografía suya, sin embargo, a mí me ha parecido sumamente
interesante, y más por lo difícil que es hablar de él debido a los pocos datos
que Alejandro Dumas y compañía filtraron en la novela.
Todo lo que
se sabe de Alí es porque lo cuenta su amo, el conde de Montecristo, razón por
la cual está permitido dudar sobre su origen y la forma en cómo llegó a
pertenecerle. El conde usa como columna vertebral para su venganza la mentira,
engaña a todo el mundo, sobre todo a los aristócratas parisienses relacionados
o no con sus enemigos.
Según Montecristo,
en una historia relatada a Franz d'Épinay -amigo de Albert de Morcef, y a quien
tenía que engañar para empezar a trazar su leyenda como un misterioso
oriental-, Alí vivía en Túnez antes de ser suyo. Pero un mal día pasó demasiado
cerca del serrallo del soberano tunecino -lugar donde estaban las concubinas de
éste- y por tal razón decidió ejecutarlo, cortándole el primer día la lengua,
el segundo una mano y el tercero la cabeza.
El conde,
que siempre había deseado un esclavo mudo, esperó a que le cortaran la lengua y
después sobornó al soberano para que se lo entregara. El ofendido rey accedió a
cambio de que Alí no volviera jamás a sus dominios, de lo contrario le costaría
la vida. Debido a esta amenaza, según el conde, cada que navega cerca de la
costa africana su esclavo se esconde por miedo.
Pero lo
cierto es que el negro siervo es muy valiente y siempre se muestra dispuesto a
dar la vida por su amo. En París forma parte del enigmático orientalismo con
que Montecristo tanto atrae a la sociedad. Sólo sabe árabe, así que únicamente
puede entender lo que le dice su señor, un consumado políglota. El conde llegó a decirle alguna vez que si le fallaba en algo lo mataría, a lo que el esclavo
respondió resignadamente besándole la mano.
Es muy
eficiente, fuerte y hábil con la cimitarra y, aunque no se dice nunca, quizás aún muy joven, por ello es el escolta de confianza del conde. También
hace para él cualquier clase de trabajo, como salvar la vida de la esposa e
hijo de Villefort -uno de los tres enemigos del conde- en un accidente planeado
para que el magistrado tuviera una deuda impagable con Montecristo.
Casi todo
sobre Alí es conveniente dudarlo debido al misterio que envuelve a su señor. Aunque
lo adquirió en Túnez, después llega a decir que es nubio, no revelándose nunca
cómo llegó Alí de un lugar a otro, no quedando más posibilidad que en calidad
de esclavo y por medio de una venta.
También la
historia de cómo fue a parar a manos del conde parece ser falsa, o por lo menos parte
de ella. El enigmático conde de Montecristo es tras el oro que lo cubre Edmundo
Dantés, un hombre bueno y generoso con aquéllos que ningún daño le han causado.
Por tal razón, la leyenda en la que afirma que dejó que le cortaran la lengua
para sólo después intervenir y salvarlo podría ser una invención suya para
presentarse ante un aristócrata francés como un oriental al que hay que tenerle
miedo a la vez que se le admira.
Lo único cierto, dentro de la novela, parece ser que es la extraña fuerza que
une al conde y al esclavo negro. Montecristo aprecia su eficiencia y su lealtad
y Alí lo adora porque el conde es sencillamente todo su mundo.
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