Comparar personajes ficticios es
un ejercicio no tan común como el de comparar novelas, no obstante, tampoco es
ajeno a los hábitos de los aficionados a la literatura. Yo aquí mismo hace
tiempo comparé al inolvidable Heathcliff con el inignorable Albram Dorogant,
tan solo porque el uno me recordó al otro, sin que exista una similitud
importante en las novelas que las contienen.
En el caso de Alonso Quijano (Don
Quijote, desde luego) e Ignatius J. Reilly, también figuran en dos novelas que
no tienen más vínculo que el extravío de los protagonistas, mil veces más bien
logrado en el caso de Quijano. Me he encontrado infinidad de críticas derivadas
de esa comparación. Muchos entreven un error garrafal comparar una figura que
consideran pobremente lograda como Ignatius con la mente ficticia más bellamente
trazada, la de Quijano.
Indudablemente, algo hay de
cierto en eso. Las distancias son enormes. No obstante, no por eso resulta
indigna la comparación. De que Ignatius es muy inferior a Alonso Quijano ni
duda cabe. Hasta un simio con los ojos vendados lo notaria. Pero eso no le
quita al rechoncho Reilly su grandeza, que sí la tiene.
Por otro lado, quienes sugieren
la comparación, no creo que vayan por el camino de comparar la segunda novela
del no publicado en vida Toole con la obra del grandísimo Cervantes. Hacer algo
así sería una insensatez. La comparación
surge, como ya se avisa en el prólogo, porque Ignatius J. Reilly es un Quijote
a su manera que cabalga a lomos de su Rocinante, devenido en carro de
salchichas, por Nueva Orleans, no componiendo tuertos tanto como con la
intención de enchuecar las mandíbulas de quienes le llevan la contraria.
Como personaje ficticio, Ignatius
también, al igual que Quijano, anda un poco ido de la mente, no ve al menos la
realidad como la ven otros. En eso se parecen. En eso Reilly es un Quijote,
aunque las distancias literarias que separan a La conjura de los necios con El
ingenioso Hidalgo sean, enormes. Que lo son.
No hay comentarios:
Publicar un comentario