Gérard de Villefort es uno de los
villanos de la magistral novela de Dumas. En él se ejemplifica al joven que
quiere escalar en el servicio público y se da cuenta de que para lograr sus
propósitos tiene que hacer cuantos actos inmorales sean necesarios. Aparece en
la novela como un joven de veintiocho años y sustituto del procurador del rey
en Marsella.
Durante la celebración de su
compromiso con una hermosa, rica y aristocrática jovencita, es requerido porque
han arrestado a un joven de nombre Edmundo Dantés, sospechoso de ser agente de
Napoleón por el hecho de haber llevado una carta desde Elba, prisión del
emperador, a Marsella.
En cuanto cruzan unas cuantas
palabras, Villefort se da cuenta de que Dantés es un joven sin la menor malicia
y que, por tanto, fue utilizado sacando provecho de su inocencia. Se propone
dejarlo ir, pero cuando descubre que la carta está dirigida a un hombre llamado
Noirtier, todo cambia. Noirtier es el padre de Villefort y si se
descubre que es un bonapartista el padre la carrera del hijo habrá finalizado.
Para que Dantés no pueda volver a
mencionar ese nombre en público, Villefort lo encierra en la prisión del
Castillo de If, donde pasará trece largos, dolorosos y muy benéficos cultural y
económicamente años.
Veintitrés años después de aquel
encuentro en Marsella, llega a París (donde Villefort es ya un maduro guardián
de la ley, refutado caballero discreto y circunspecto entre la sociedad, y
padre de dos hijos (-el menor de su segundo matrimonio-) el misterioso conde de
Montecristo, un personaje enormemente rico, sabio como pocos en la historia y
poliglota, que al parecer viene de oriente, donde se ha impregnado de un
exotismo que seduce a todos, Villefort incluido.
Montecristo es en realidad Edmundo
Dantés, lleva consigo bien guardada la lista de sus enemigos, en la que desde
luego figura Villefort, y empieza a desarrollar una lenta y muy dolorosa
venganza. El misterioso conde, que casi todo lo sabe, ignora que Villefort en
realidad ha pagado ya el daño que le hizo. No ha logrado olvidar a aquel joven
marsellés al que le desgració la vida por culpa de sus ambiciones y sus miedos,
y eso lo ha convertido en un hombre oscuro, muy lejano a la felicidad.
No obstante, todavía le falta
mucho por sufrir. Cuando llega Montecristo, que se convierte en su amigo,
empiezan sus desgracias. La muerte entra a vivir a su casa de tiempo completo. Muere
su sirviente, su suegra, su hija (al menos él lo cree así), su esposa y su hijo
pequeño. Su reputación es destruida por completo y él, abrumado por tanto
dolor, se vuelve loco. Incluso, el propio Montecristo, al ver los alcances de
su venganza, se conmueve un poco y cuestiona el título que se ha atribuido a sí
mismo, como emisario de Dios y artífice de su castigo.
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