viernes, 1 de agosto de 2014

Gérard de Villefort, de El conde de Montecristo

Gérard de Villefort es uno de los villanos de la magistral novela de Dumas. En él se ejemplifica al joven que quiere escalar en el servicio público y se da cuenta de que para lograr sus propósitos tiene que hacer cuantos actos inmorales sean necesarios. Aparece en la novela como un joven de veintiocho años y sustituto del procurador del rey en  Marsella.
Durante la celebración de su compromiso con una hermosa, rica y aristocrática jovencita, es requerido porque han arrestado a un joven de nombre Edmundo Dantés, sospechoso de ser agente de Napoleón por el hecho de haber llevado una carta desde Elba, prisión del emperador, a  Marsella.
En cuanto cruzan unas cuantas palabras, Villefort se da cuenta de que Dantés es un joven sin la menor malicia y que, por tanto, fue utilizado sacando provecho de su inocencia. Se propone dejarlo ir, pero cuando descubre que la carta está dirigida a un hombre llamado  Noirtier, todo cambia.  Noirtier es el padre de Villefort y si se descubre que es un bonapartista el padre la carrera del hijo habrá finalizado.
Para que Dantés no pueda volver a mencionar ese nombre en público, Villefort lo encierra en la prisión del Castillo de If, donde pasará trece largos, dolorosos y muy benéficos cultural y económicamente años.
Veintitrés años después de aquel encuentro en Marsella, llega a París (donde Villefort es ya un maduro guardián de la ley, refutado caballero discreto y circunspecto entre la sociedad, y padre de dos hijos (-el menor de su segundo matrimonio-) el misterioso conde de Montecristo, un personaje enormemente rico, sabio como pocos en la historia y poliglota, que al parecer viene de oriente, donde se ha impregnado de un exotismo que seduce a todos, Villefort incluido.
Montecristo es en realidad Edmundo Dantés, lleva consigo bien guardada la lista de sus enemigos, en la que desde luego figura Villefort, y empieza a desarrollar una lenta y muy dolorosa venganza. El misterioso conde, que casi todo lo sabe, ignora que Villefort en realidad ha pagado ya el daño que le hizo. No ha logrado olvidar a aquel joven marsellés al que le desgració la vida por culpa de sus ambiciones y sus miedos, y eso lo ha convertido en un hombre oscuro, muy lejano a la felicidad.
No obstante, todavía le falta mucho por sufrir. Cuando llega Montecristo, que se convierte en su amigo, empiezan sus desgracias. La muerte entra a vivir a su casa de tiempo completo. Muere su sirviente, su suegra, su hija (al menos él lo cree así), su esposa y su hijo pequeño. Su reputación es destruida por completo y él, abrumado por tanto dolor, se vuelve loco. Incluso, el propio Montecristo, al ver los alcances de su venganza, se conmueve un poco y cuestiona el título que se ha atribuido a sí mismo, como emisario de Dios y artífice de su castigo.

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