lunes, 20 de agosto de 2012

Holden Caulfield, de El guardián entre el centeno

El guardián entre el centeno es la novela más conocida J. D. Salinger, y lo es por varias razones. La primera se debe a que es una obra extraordinaria, la segunda a que se convirtió en la Biblia de la rebelión no de los campesinos ni de los obreros, sino de los adolescentes; en cuanto a la tercera, es nada menos que su protagonista, Holden Caulfield, un adolescente quinceañero con mucho que decir y poco que hacer. 

Todo lo que sabemos de Holden es porque lo cuenta él mismo. Es el segundo de los cuatro hijos de sus padres; uno de ellos, por quien sufre, ya ha muerto cuando empieza la narración de la novela. La más pequeña, Phoebe, es una niña muy sensata, más que su hermano, y para él es el único motivo humano de preocupación. Todo lo demás que ocupa su mente son cosas ajenas a él y superficiales que lo deprimen mucho.
Desde algo que parece un hospital psiquiátrico, aunque Holden no lo aclara, él cuenta algunas anécdotas tristes de tu vida, empezando por su fuga de la residencia estudiantil donde vive -de donde de todas formas tenía que irse a los pocos días porque ya lo habían echado-, después de una pelea de la que no sale muy bien librado. 
Así empieza su peregrinaje sin rumbo fijo, conociendo personas que lo alegran un poco y después lo deprimen. Holden es muy sensible, la hipocresía o la menor muestra de ella lo alteran considerablemente y tiene reacciones extrañas que casi siempre terminan mal para él.
Después de mucho vagar, y de deprimirse a más no poder, decide visitar a su hermana menor, a escondidas de sus padres. Su hermana es su mayor preocupación. A ella no la cuestiona, incluso le permite que lo regañe. No se suelta a decir mentiras o excusas cuando ella lo está sermoneando, como sí hace con otros, por más buenas intenciones que tengan.
La historia o la desgracia de Holden transcurre en apenas unos días. Nada de lo que le ocurre en este tiempo tendría mucha relevancia para un adulto, quizás ni siquiera las dos golpizas que recibe -una de un compañero del instituto y la otra del jefe de una joven prostituta-, pero en Holden hasta el menor incidente tiene serías consecuencias, sobre todo en su estado anímico.
Lo trascendental en Holden no es precisamente lo que le pasa, sino los efectos que en él tiene y la manera en cómo lo cuenta, con una total y grosera sinceridad que no busca ocultar su gran tristeza, porque así está Holden siempre, triste, y a veces ni él sabe exactamente la razón.



Holden no es un personaje con las pretensiones de Edmundo Dantés, o del propio Don Quijote, su lucha no tiene ningún objetivo claro, y eso si es que él pretende estar en una lucha. Más bien es un personaje que cuenta sus miserias a su modo. Y si causó tanto efecto al salir la novela a mediados del siglo pasado, fue porque millones de jóvenes descubrieron que llevaban a un Holden por dentro.
Visto desde cualquier punto, Holden no es otra cosa que la rebelión de los adolescentes contra los parámetros establecidos para ellos por los adultos. La novela provocó un enorme impacto porque quien lee la historia de este chico deprimido todo el tiempo no puede menos que darle un poco de razón, porque sus motivos pueden ser estúpidos, pero razonables, propios siempre de un ser humano.

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