Gail
Wynand es un personaje de crucial importancia en la magna obra de Ayn Rand, El manantial. Quizás sin su ferrea personalidad
la novela no sería un clásico de la literatura estadounidense ni un icono de la
escasa literatura enfocada al derecho a libertad.
En
el principio, de la que es una novela monumental, Wynand es presentado por los demás
personajes como un terrible villano, un magnate poderoso que controla la opinión
pública de Nueva York y que puede ser terriblemente vengativo si lo provocan. Incluso el arquitecto Henry Cameron, mentor y único maestro de Howard Roark, considera a Wynand
un rufián despreciable.
Wynand
nació en un entorno pobrísimo, en los suburbios de Nueva York, rodeado de
bandas que bien podrían liquidarlo si antes no lo hacía el hambre. Su gran
inteligencia lo llevó a autoeducarse y sobre todo a disciplinarse. Superó primero
la ignorancia y después, poco a poco, la pobreza. No tuvo escrúpulos para
aliarse con gente de lo peor para conseguir sus objetivos. Pero aun siendo un
hombre relativamente poderoso creía en la honestidad y en la integridad moral
de alguien, pero poco a poco fue reservando esa admiración para un suceso
especial en su vida que él ni siquiera sabía si sería real.
Wynand
es un profundo conocedor de la mente humana, y convertido en un magnate
periodista, dueño del Banner, el
diario más influyente del país, le da a sus lectores noticias amarillistas,
absurdas, estúpidas y falsas, pero que él sabe que hallarán interesantes. Wynand
dice algunas veces durante la novela: “La opinión pública la hago yo”, para
dejar claro la influencia que su diario tiene sobre las masas.
Son
pocas cosas las que el magnate disfruta en realidad: seducir mujeres hermosas,
coleccionar obras de arte extraordinarias que sólo él identifica, y tentar a
los hombres íntegros para corromperlos. Pero repentinamente llegan a su vida
dos personajes de los que va a enamorarse perdidamente: Dominique Francon y Howard
Roark, quienes antes de llegar a él ya han sido pareja.
Dominique
es una mujer muy inteligente, con la capacidad de ver la verdadera belleza
tanto en el ser humano como los objetos, y anhela que las vulgares masas no
mancillen ni lo uno ni lo otro. Pero como sabe que eso es imposible, se casa
con Wynand y, contrario a lo que ella pensaba, disfruta su vida con él.
Roark
llega a Wynand cuando el magnate quiere construir una casa de campo para su
esposa, una obra de arte que sea como un templo para ella, y sabe que Roark es
el único arquitecto con la capacidad para diseñarla. Pero Wynand quiere que esa
casa sea la última obra maestra del arquitecto, y que después de edificarla se
dedique a hacer la arquitectura que quieren las masas. Mas cuando descubre que
dominar su voluntad es imposible, le surge por Roark algo muy similar al amor.
Al poco
tiempo se vuelven los mejores amigos. Disfrutan pasar el tiempo juntos, casi como
si fueran pareja, y Wynand está dispuesto a usar toda su inconmensurable
fortuna e influencia para evitar que los enemigos de Roark lo destruyan. Pero él
ignora que Dominique y Roark se conocen desde mucho antes, y que los une un
profundo y poderoso amor que no pueden destruir ni el tiempo ni los celos. Los
tres integran uno de los triángulos amorosos más raros y fantásticos de la
literatura, cuyo final resulta no poco atractivo.
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