sábado, 4 de agosto de 2012

Gail Wynand, de El manantial

Gail Wynand es un personaje de crucial importancia en la magna obra de Ayn Rand, El manantial. Quizás sin su ferrea personalidad la novela no sería un clásico de la literatura estadounidense ni un icono de la escasa literatura enfocada al derecho a libertad.
En el principio, de la que es una novela monumental, Wynand es presentado por los demás personajes como un terrible villano, un magnate poderoso que controla la opinión pública de Nueva York y que puede ser terriblemente vengativo si lo provocan. Incluso el arquitecto Henry Cameron, mentor y único maestro de Howard Roark, considera a Wynand un rufián despreciable.
Wynand nació en un entorno pobrísimo, en los suburbios de Nueva York, rodeado de bandas que bien podrían liquidarlo si antes no lo hacía el hambre. Su gran inteligencia lo llevó a autoeducarse y sobre todo a disciplinarse. Superó primero la ignorancia y después, poco a poco, la pobreza. No tuvo escrúpulos para aliarse con gente de lo peor para conseguir sus objetivos. Pero aun siendo un hombre relativamente poderoso creía en la honestidad y en la integridad moral de alguien, pero poco a poco fue reservando esa admiración para un suceso especial en su vida que él ni siquiera sabía si sería real.
Wynand es un profundo conocedor de la mente humana, y convertido en un magnate periodista, dueño del Banner, el diario más influyente del país, le da a sus lectores noticias amarillistas, absurdas, estúpidas y falsas, pero que él sabe que hallarán interesantes. Wynand dice algunas veces durante la novela: “La opinión pública la hago yo”, para dejar claro la influencia que su diario tiene sobre las masas.
Son pocas cosas las que el magnate disfruta en realidad: seducir mujeres hermosas, coleccionar obras de arte extraordinarias que sólo él identifica, y tentar a los hombres íntegros para corromperlos. Pero repentinamente llegan a su vida dos personajes de los que va a enamorarse perdidamente: Dominique Francon y Howard Roark, quienes antes de llegar a él ya han sido pareja.
Dominique es una mujer muy inteligente, con la capacidad de ver la verdadera belleza tanto en el ser humano como los objetos, y anhela que las vulgares masas no mancillen ni lo uno ni lo otro. Pero como sabe que eso es imposible, se casa con Wynand y, contrario a lo que ella pensaba, disfruta su vida con él.
Roark llega a Wynand cuando el magnate quiere construir una casa de campo para su esposa, una obra de arte que sea como un templo para ella, y sabe que Roark es el único arquitecto con la capacidad para diseñarla. Pero Wynand quiere que esa casa sea la última obra maestra del arquitecto, y que después de edificarla se dedique a hacer la arquitectura que quieren las masas. Mas cuando descubre que dominar su voluntad es imposible, le surge por Roark algo muy similar al amor.
Al poco tiempo se vuelven los mejores amigos. Disfrutan pasar el tiempo juntos, casi como si fueran pareja, y Wynand está dispuesto a usar toda su inconmensurable fortuna e influencia para evitar que los enemigos de Roark lo destruyan. Pero él ignora que Dominique y Roark se conocen desde mucho antes, y que los une un profundo y poderoso amor que no pueden destruir ni el tiempo ni los celos. Los tres integran uno de los triángulos amorosos más raros y fantásticos de la literatura, cuyo final resulta no poco atractivo.

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