Ahora que me estoy ocupando de
los personajes de la novela Olvidado de
rey Gudú, me entero que su autora, Ana María Matute, ha fallecido este día
a los 88 años. Sirva esto pues como homenaje. Lo mejor que podemos hacer con
los grandes escritores es propiciar que su obra no se olvide y aquí está mi
granito de arena.
Gudú es el protagonista de esta monumental
novela que lleva su nombre y que también hace referencia al olvido. Nació de un
matrimonio de la realeza medieval, de hecho fue el único de los hijos del rey
Volodioso que no fue bastardo. Aunque eso en la época importaba tan poco que
Gudú al nacer no tenía esperanzas de heredar el trono fundado a sangre y cortes
de espada por su belicoso padre.
Su madre fue la reina Ardid, sin
duda la persona más inteligente de su época. Al ser destruido su pueblo por
Volodioso, juró vengarse, para ello se casó con él, y aunque declinó en parte
sus proyectos al enamorarse de su esposo, se fijó como meta coronar a su hijo y
hacer de él un gran rey, lo que consiguió gracias a su extraordinario cerebro.
El príncipe Gudú nació cuando su padre ya estaba harto de su madre por sus celos y había mandado encerrarla en
una torre. Del alumbramiento de su único hijo legitimo ni se enteró porque a un
rey de su época no podía interesarle un bebé, sino un preadolescente al que ya
podía evaluar y saber si tenía posibilidades de llegar a ser un buen
gobernante.
Volodioso, ya viejo y un tanto
ciego, quedó herido de muerte en un tonto accidente de caza y se vio en la
necesidad de colocar su real mano en la cabeza de uno de sus hijos para que el
acto fuera interpretado como la cesión del trono. Su mano estaba por caer en la
cabeza de su hijo Predilecto, aunque por su nobleza consideraba que sería un
mal gobernante, pero al no haber otro con más cualidades optó por él.
Sin embargo, las maquinaciones de
Ardid lograron que un niño que apenas caminaba llegara corriendo tras una
pelota y se interpusiera entre la cabeza de su hermano Predilecto y la mano del
rey que en ese momento moría. De esta forma Ardid logró que su hijo fuera
elevado al trono de Olar. Pero, en su afán de hacer de él el mejor rey, decidió
valerse de magias oscuras para quitarle
la capacidad de llegar a amar a alguien, pero si tal cosa llegaba a ocurrir y
algún día lloraba, Gudú y todo su legado se perderían en el polvo y el olvido
para siempre.
Esa maniobra con la que Ardid no
sabía bien en qué se estaba metiendo, logró hacer de Gudú un gran conquistador.
Extendió las fronteras que había dejado su padre, se apoderó de los reinos
vecinos, eliminó a otros reyes y a sus propios hermanos, menos a uno, el predilecto
de su padre y suyo. Incluso Gudú se adentró a las oscuras estepas, un reino
misterioso, guerrero y más cruel que el suyo, lo dominó, se llevó a su reina, a la
que le hizo dos hijos, y a los niños del reino dominado los entrenó como sus
vasallos.
Pero el tiempo pasó y Gudú se
deterioró junto con su reino. Ya viejo y siendo un poco más sabio que su padre
pero mucho menos que su madre, vio el reflejo de su rostro, tan deteriorado y
lleno de su cicatrices como su reino, y entonces ocurrió lo que tanto había
temido su madre, porque si bien le quitó cuando era niño la capacidad de amar a
cualquier otro, no logró hacer que no se amara a sí mismo.
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