sábado, 8 de marzo de 2014

El héroe guapo y joven, una moda de Hollywood

En la actualidad estamos acostumbrados a que los héroes por fuerzas tienen que apegarse al prototipo de belleza aceptado universalmente que viene desde la mismísima antigua Grecia, ese que indica que el héroe debe de ser si no alto de estatura aceptable, rostro hermoso, cabello si no rubio al menos rizado o largo, corpulento, sin caer en los excesos, algo así como El David, y, ya entrados en exigencias actuales, poseer un pene portentoso para si la ocasión lo requiere.
Las artes plásticas así habían concebido al héroe por muchos siglos, no obstante, la literatura no, al menos no hasta hace algunas décadas. Me puse a pensar en ello cuando escribí hace unos días la biografía de Quasimodo, un héroe romántico que no encajaría en los estándares actuales ni con influencias. Pero repasando la literatura de otros siglos, nos damos cuenta que entonces no era imprescindible ser guapo para ser héroe, algo, desde luego, muy lógico.
Si pensamos en Edmundo Dantés, el vengador conde de Montecristo, los años en prisión lo hacen adquirir una palidez vampírica que espanta a las mujeres una vez que es un acaudalado, sabio y políglota aristócrata. Drácula, que no es héroe pero sí protagonista, es feo hasta decir basta, y su antagonista, Van Helsing, es viejo. Heathcliff, el de Cumbres Borrascosas, es un hombre corpulento, alto, pero no encaja en los estándares de guapo de la época, es decir, no es rubio de ojos azules, sino moreno, quizás con algún rasgo hindúe o achinado. Y ni qué decir de Alonso Quijano, una cómica y flacucha figura que hace con su físico sarcasmo del heroísmo que pretende desarrollar.
Y así podemos repasar a muchos héroes literarios del pasado, inmortales ya, pero no guapos. No obstante, si repasamos a los héroes que nacen en estos tiempos, encontramos que casi por una extraña lógica todos son, cuando menos, irresistibles, algunos hasta el hartazgo. Edward Cullen posee una belleza y perfección física que empalaga y hasta fastidia a media novela. Albram Dorogant, el príncipe de la soledad, es demasiado alto, y sugeridamente tan guapo como misterioso, algo conveniente porque cumple con los estándares actuales pero que tampoco empalaga porque no se menciona tan a menudo en la novela sino que simplemente se da a entender. El príncipe Po, de Graceling, es un hombre corpulento y muy guapo, no tanto para hastiar al lector pero sí lo indispensable en una novela de corte juvenil romántico rayando en lo aburrido.
Pero, regresando al principio, ¿a qué se debe esa mutación del héroe de feo, simplón y hasta deforme (volvemos con Quasimodo) en arrebatadoramente guapo de unas décadas para acá? Ni duda cabe de que se lo debemos a Hollywood. La industria del cine ha creado un prototipo de héroe, incluso guapizando a personajes literarios feos (Drácula), al que se han tenido que adaptar los escritores de estos tiempos para que sus protagonistas gusten. Los héroes de hoy sencillamente tienen que ser guapos para gustar, si no mucho al menos un poco, de lo contrario aun siendo parte de una obra maestra, no hallarán cabida en el gusto de la mayoría del público.

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