jueves, 20 de marzo de 2014

Obispo Manuel Aringarosa, de El código Da Vinci

Manuel Aringarosa no es un personaje de gran importancia en el thriller y superventas más famoso de los últimos tiempos, El código Da Vinci, sin embargo, sí que está ligado enormemente a la polémica que desató el libro como consecuencia de las supuestas revelaciones sobre las prácticas del Opus Dei, algo que golpeó fuertemente el prestigio de la prelatura favorita del Papa Juan Pablo II.
Quizás para hacer referencia al fundador del Opus, Josemaría Escrivá, Dan Brown le dio a Aringarosa un origen español. Siendo un joven sacerdote, en Oviedo, ayudó a un jovencito albino muy maltratado por la vida. Una vez restablecido, el albino le devolvió la ayuda al párroco salvándolo de unos bandidos, situaciones ambas que crearon un laso inquebrantable entre ambos: por parte de Aringarosa en el aspecto paternal-amo y por parte del joven albino en el aspecto de sumisión y servilismo. El sacerdote incluso le pone nombre al joven: Silas.
Una vez que la vida le ha sonreído a Aringarosa, convertido en un obispo y líder del Opus Dei, se ve en el grave problema de que la organización católica que dirige ha dejado de ser del agrado del Pontífice y se encamina a quitarle el rango de prelatura. Aringarosa no sabe qué hacer, de ser el favorito del Papa se ha convertido en una especie de apestado a quien el sucesor de Pedro se niega incluso a dar audiencia.
De pronto recibe una llamada de un personaje misterioso que se hace llamar el Maestro, quien le propone reivindicarse con El Vaticano obteniendo y sellando a la vez para siempre el secreto más importante de la Iglesia: la descendencia legitima de María Magdalena y Jesús.
Aringarosa acepta sin desconfiar del Maestro, y a su vez le proporciona lo que éste necesita: una especie de sicario, un fortachón que no titubea a la hora de obedecer órdenes: Silas, el albino. Pero lo cierto es que Aringarosa ignora que a su pupilo le vayan a ordenar actuar con los cuidadores del secreto, los miembros del Priorato de Sion, como un matarife de rastro.
El Maestro le ordena a Silas localizar y liquidar sin miramientos a las cabezas de la mentada orden, algo que el albino hace gustoso porque cree estar actuando en nombre de Dios. Cuando el obispo se entera de lo que está ocurriendo, descubre que ha sido manipulado vilmente y que a su pupilo lo han puesto a disparar a diestra y siniestra por una causa oculta y para nada afín a los intereses de la Iglesia. Intenta detener a Silar y solo consigue salir herido de muerte. Y auque se salva de milagro, comprende que no sólo no ha conseguido ganarse las simpatías del Vaticano, sino que indirectamente, por una larga noche, fue el líder de un asesino fanático que descargó su ira contra varios inocentes.
Manuel Aringarosa encarna el prototipo de jerarca católico, intransigente y vanidoso que no mide las consecuencias de sus ambiciones y que puede darse el lujo de cometer ciertas faltas sin repercusiones morales por estar actuando “del lado de Dios”. 

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