La adolescencia
es una etapa difícil en la vida. Y no es que sea precisamente un período en el
que se forma el carácter, quizás allí ya se formó, pero sí en el que se padecen
las primeras amarguras de la realidad. Es cuando la persona empieza a transitar sola por un rumbo que a veces ni ella sabe, por un lapso de inestabilidad que surge del distanciamiento
del otrora niño hacia sus padres, de la complicada realidad de no ser popular
en la escuela, de no saber qué se quiere más que una ansiada tranquilidad que
la realidad arrebata día con día.
Muchas
veces, ocurre que un adolescente se siente incomprendido, solo, despreciado e
incluso agredido por su entorno, y no ansia más que un acontecimiento que le
ayude a borrar de tajo todo lo que no le gusta. Es común que entre más difícil sea
la situación, más irreal sea la solución que el adolescente pretende. Muchos toman
la sabia decisión de refugiar su tristeza en la literatura. A veces los parques
están llenos de jovencitos con aspecto de ermitaños que devoran un libro.
La literatura
quizás es la mejor opción para los adolescentes que se sienten solitarios e
incomprendidos. Aunque tal vez no la buscan con el afán de hacerse cultos, sino
con el de hallar su espejo en un personaje literario que sí es valiente y sí
supera sus terribles problemas y pone en su sitio a sus agresores aún cuando no las tiene
todas consigo.
Albram Dorogant,
el personaje oscuro de El príncipe de la
soledad, quizás sea el prototipo de hombre que muchos adolescentes quieren
ser. Albram es muy joven y terriblemente solitario, despreciado por todos
debido a su origen, pero su extraordinaria y hermética personalidad hace que
incluso su carácter interese a quienes más lo detestan. Además, Albram es
valiente, es un héroe sólo para sí mismo. Le satisface no hacer justicia, sino
hacer pasar malos momentos a quienes no le agradan.
Es notable
que Albram puede ser para los jóvenes solitarios que se sienten
agredidos por doquier el equivalente a lo que es Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo,
para todos aquellos que han sido enviados a prisión injustamente. Pero los
adolescentes quizás están en mejor disposición de conocer a Albram que los
presidiarios a Edmundo. Su realidad –y sus objetivos-, por obvias razones, ya
no son los mismos.
Lamentablemente,
no todos los jóvenes se refugian en la literatura, incluso, es un porcentaje
muy bajo el que lo hace. Muchos prefieren una realidad más cruda que la que no
soportan, tal vez en el afán de demostrarse a sí mismos que pueden hacerse
inmunes al dolor, o para castigar a sus seres queridos por no haberlos
comprendido a tiempo.
Lo que
indudablemente es muy cierto, es que la adolescencia es una etapa de terrible y peligrosa debilidad. Y si hay algunos jóvenes que en el proceso no flaquean, es por que tienen soportes
muy sólidos en su entorno familiar, entre sus amigos e incluso en ocasiones
entre sus profesores y hasta en ese primer amor que a veces sí da mieles.
Pero no es un aventuramiento decir que la etapa es la más vulnerable por
la que puede pasar el ser humano, es cuando ya la persona no desea la
sobreprotección de los padres, aun cuando no tiene la más remota idea de cómo
protegerse a sí misma. Sobrevivir a la adolescencia pareciera un logro, y no
llevarse terribles secuelas de ese período a la edad adulta, sin duda lo es.
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