miércoles, 4 de septiembre de 2013

William Collins, de Orgullo y prejuicio

William Collins no tiene un papel protagónico en Orgullo y prejuicio, no obstante, parte de la genialidad de la novela depende de él. Es sencillamente un personaje extraordinario, un completo idiota que se cree listo, pero perfectamente bien estructurado.
Se trata del pariente varón más cercano que tiene el señor Bennet, padre de las protagonistas, y al ser las hermanas Bennet todas mujeres, está estipulado que Collins será el heredero absoluto e indiscutible de su patrimonio a la muerte del padre.
Por su parte, Collins se ha formado como clérigo al amparo Lady Catherine de Bourgh, lejos de sus parientes los Bennet. Lady Catherine es una aristócrata arrogante, clasista en extremo que gusta rodearse de personas inferiores a ella para sutilmente humillarlas, como el propio Collins, quien gustoso se somete al proceso.
Siendo sabedor de que será el heredero del hogar de las hermanas Bennet, Collins decide visitarlas e indemnizarlas cazándose con una de ellas. Y como es tonto mas no ciego, escoge a la más hermosa: Jane, pero al enterarse de que ella está virtualmente comprometida, pasa su mirada a la que le sigue en belleza: Elizabeth.
Cuando Elizabeth rechaza a Collins, él, considerándose un buen partido y su propuesta una obra de caridad, sencillamente no lo puede creer. Pero tampoco pierde el tiempo. Ya que con las guapas no ha tenido suerte, decide probar con una fea, Charlotte Lucas, amiga de las hermanas Bennet, quien inmediatamente lo acepta.
Durante toda la novela, Collins jamás se entera de la cortedad de su intelecto ni de lo ampuloso de sus formalidades. Y eso sencillamente lo engrandece como personaje. Mete la pata cada que puede con un prolongado y aburrido discurso y se retira satisfecho de su obra.
Y aunque parece ser una buena persona, tiene algunos rasgos que lo dejan ver como un hombre ligeramente vengativo y clasista. Cuando Lydia, la más alocada de las Bennet, deshonra a la familia, Collins no pierde la oportunidad de insinuarle un agradecimiento a Elizabeth por no haberlo aceptado como esposo, ya que, de haber sido así, la conducta de Lydia lo habría deshonrado también a él.
En resumen, Collins es uno de los más perfectos idiotas de la literatura universal. Aunque pareciera que un personaje así aburriría al lector desde el principio, lo cierto es que él crece en la medida en que avanzan las páginas, y nunca deja de hacer reír al lector hasta el último y estúpido de sus discursos. Jane Austen sin duda alcanzó un logro sorprendente con tan magistral idiota.

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