William Collins no tiene un papel protagónico en Orgullo y prejuicio, no obstante, parte
de la genialidad de la novela depende de él. Es sencillamente un personaje
extraordinario, un completo idiota que se cree listo, pero perfectamente bien
estructurado.
Se trata del pariente varón más cercano que tiene el señor Bennet,
padre de las protagonistas, y al ser las hermanas Bennet todas mujeres, está estipulado
que Collins será el heredero absoluto e indiscutible de su patrimonio a la
muerte del padre.
Por su parte, Collins se ha formado como clérigo al amparo Lady
Catherine de Bourgh, lejos de sus parientes los Bennet. Lady Catherine es una
aristócrata arrogante, clasista en extremo que gusta rodearse de personas
inferiores a ella para sutilmente humillarlas, como el propio Collins, quien
gustoso se somete al proceso.
Siendo sabedor de que será el heredero del hogar de las
hermanas Bennet, Collins decide visitarlas e indemnizarlas cazándose con una de
ellas. Y como es tonto mas no ciego, escoge a la más hermosa: Jane, pero al
enterarse de que ella está virtualmente comprometida, pasa su mirada a la que le
sigue en belleza: Elizabeth.
Cuando Elizabeth rechaza a Collins, él, considerándose un
buen partido y su propuesta una obra de caridad, sencillamente no lo puede creer. Pero
tampoco pierde el tiempo. Ya que con las guapas no ha tenido suerte, decide
probar con una fea, Charlotte Lucas, amiga de las hermanas Bennet, quien
inmediatamente lo acepta.
Durante toda la novela, Collins jamás se entera de la
cortedad de su intelecto ni de lo ampuloso de sus formalidades. Y eso
sencillamente lo engrandece como personaje. Mete la pata cada que puede con un
prolongado y aburrido discurso y se retira satisfecho de su obra.
Y aunque parece ser una buena persona, tiene algunos rasgos
que lo dejan ver como un hombre ligeramente vengativo y clasista. Cuando Lydia,
la más alocada de las Bennet, deshonra a la familia, Collins no pierde la
oportunidad de insinuarle un agradecimiento a Elizabeth por no haberlo aceptado
como esposo, ya que, de haber sido así, la conducta de Lydia lo habría
deshonrado también a él.
En resumen,
Collins es uno de los más perfectos idiotas de la literatura universal. Aunque pareciera
que un personaje así aburriría al lector desde el principio, lo cierto es que él
crece en la medida en que avanzan las páginas, y nunca deja de hacer reír al
lector hasta el último y estúpido de sus discursos. Jane Austen sin duda alcanzó un logro
sorprendente con tan magistral idiota.
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